Pueden llamarme Atilio, tengo casi cuarenta. Me dedico a hacer los armados interiores de nuevos complejos habitacionales, techos, paredes, tabiques divisorios, trabajos en yeso, placas, y todas esas cosas de interiorismo.
En general, tengo contratos con algunas empresas constructoras y después de levantadas todas las estructuras de hormigón, me llaman para armar cada habitación.
El trabajo es bueno, la paga también.
En ocasiones suelo agarrar trabajos de refacción por mi cuenta, de clientes, de conocidos, o por recomendados, no puedo quejarme, no muchos pueden ganarse el sustento haciendo lo que le apasiona.
Mi vida amorosa va sobre rieles, me había levantado después de tropezar dos veces, dos divorcios de ex que me resultaron tóxicas, hasta que el destino me cruzó con Gabriela, una chica que trabajaba en una heladería y todo empezó cuando fui a comprar una torta helada.
Ella es de mi edad, cuando nos conocimos tenía dos hijos pequeños, un niño y una niña, también era divorciada y su ex solo había desaparecido olvidándose no solo de ella sino de sus propios hijos.
Por suerte o por desgracia yo no había sido padre en mis anteriores experiencias, así que todo se acomodó para que sintiera a esos pequeños como propios, incluso ellos hoy en día me llaman papá.
Gabriela es simpática, de bonito rostro y marcadas cejas oscuras, de cabellos lacios teñidos de rubio, es una petisa muy rica, de proporciones justas y sexis, es excelente esposa, mejor madre, fiel compañera de camino. La amo con locura y su amor me es correspondido.
Puedo decir comparando con mis ex y con algunas otras experiencias, que mi esposa es muy buena en la cama, desinhibida y dispuesta a probar todas las locuras que se nos crucen por la cabeza, le gusta prácticamente todo y rara vez se niega a un juego de pareja, el ‘no’ no existe a la hora del sexo y puedo decir que me siento a su lado un hombre pleno, tengo en la cama la mujer que muchos desearían tener.
Vivimos llenos de fantasías, y la espina que siempre me quedaba clavada es que ella era perfecta puertas adentro del dormitorio, pero en su vida diaria, Gabriela es una chica cualquiera, que no llama la atención, no es una provocadora, ni una come hombres, no le interesa, a pesar de que condiciones le sobran.
Ella es una chica tímida y vergonzosa, y todo ese volcán que tiene en su interior en la cama, se congela con solo salir del cuarto.
Siempre le dejé saber que me hubiera gustado que sea por así decirlo, un poquito más puta, pero ese era un rol en que nunca se situaría. Yo lo sabía, las insinuaciones de hacer realidad alguna que otra fantasía la paralizaban, eran donde los ‘no’ afloraban una y otra vez, le salía la chica recatada y poco a poco me di por vencido, Gabriela no sería la mujer para realizar locuras fuera de nuestra cama matrimonial, para ella no había otros hombres, y menos le interesaban las mujeres.
Por otro lado, soy de esos tipos de muchas amistades, odio la soledad, me deprime, así que soy festivo, un tanto payaso en las reuniones, tenemos muchas parejas amigas, del colegio de los pequeños, mías personales, de ella, vecinos, siempre estamos divirtiéndonos.
Los fines de semana tenemos rutina fija, siempre al club, juego al futbol en un torneo interno, los domingos tenemos fecha por la mañana, después una ducha, y a preparar un rico asado para almorzar en familia, las mujeres tienen sus cosas, los chicos se divierten y pasamos tardes de largas charlas, en verano aprovechamos el natatorio y alguna que otra vez nos quedamos hasta horas de la madrugada acompañados por alguna guitarra.
Y siempre la pasábamos bien, aunque alguno se divorciara, o discutiera, o se enemistara, siempre había un poco más para dar.
Es cierto, con los muchachos teníamos algunos secretos que no podían llegar a oídos de las chicas, cada tanto, con alguna excusa nos escapábamos e íbamos a hacer locuras, en mi caso, a buscar en prostitutas esa parte que a Gabriela le faltaba y me hubiera encantado que tuviera. Y podría contar tantas cosas, las apuestas que solíamos hacer, parecían locuras de adolescentes.
Y en algún punto de la historia, por dentro comencé a enfadarme con Gabriela, es que no podía ser tan puritana, odiaba eso, y hubiera pagado para que otros se la cogieran y la sacaran una poco de esa enfermiza fidelidad que me crispaba los nervios, pero claro, yo no podía hablar con ella de estas cosas a no ser que solo fueran fantasías, y yo sabía cuál era su más perverso y retorcido deseo pero ella nunca lo hubiera llevado a cabo, no podría afrontar verse desnuda ante otro que no fuera yo, ni ver su rostro, ni hacer el amor, la sola idea de que algo fuera real simplemente la paralizaba.
Una noche cenábamos en familia, había una película en la tv pero yo no le daba importancia, distendido en una inocente discusión con los chicos, sin embargo, preste atención al notar como Gabriela se perdía en la historia ajena a lo que pasaba en la mesa, era una película tonta, sin mucho sentido, pero con un erotismo un tanto raro, relaciones de parejas desconocidas, citas a ciegas y cosas por el estilo, esa noche, se me ocurriría la idea, y me reproché a mí mismo que no se me ocurriera antes.
Mi plan era osado, tenía miles de aristas y era muy factible de fallar, tuve que pensar en todos los contras y solucionar uno a uno, y si en definitiva fallaba, bueno, la vida se vive una vez…
Solo esperé la oportunidad, había tomado en esos días la remodelación de una casa que estaba deshabitada, era de un amigo de un amigo de un amigo, un tipo potentado que tenía varias propiedades para ofrecer en alquiler, así que estaba totalmente a mi disposición y sabía que nadie interrumpiría mis planes.
Volví a maldecirme, como no se me había ocurrido antes, estaba todo al alcance de mi mano y no había podido verlo antes, hacer realidad la fantasía de mi mujer, pero claro, todo debía salir perfecto.
Elegí el baño, por ningún motivo en especial, tal vez por sonarme lo mar sucio en esta situación.
Construí unos tabiques divisorios de poco espesor en Durlock, dejando un lugar muy pequeño al frente, ese sería el lugar para mi mujer. Calculé la posición usando mi propio cuerpo como modelo, y entonces hice a prudente distancia varios agujeros de unos cinco centímetros de diámetro.
Armé también una falsa pared donde iría el lavabo, un soporte y un gran espejo de pared, claro, solo yo sabía que ese espejo podía verse desde el otro lado, y ahí estaría mi puesto de observador, yo la vería a ella, pero ella jamás podría verme a mí.
Lo siguiente fue convencer a los muchachos del club, no fue fácil, no fue difícil, solo les conté parte de la verdad, ellos no verían quien estaba al otro lado y lógicamente sintieron desconfianza, pensaron que era una broma, un travesti? un gay? una vieja? un animal? pero yo solo les aseguré que no se arrepentirían.
Todo mi perverso plan se cerraba poco a poco, la única duda era cómo reaccionaría mi mujer, en teoría todo podía fracasar, pero yo tenía el convencimiento que estando en soledad, lejos de ojos indiscretos, Gabriela sería diferente.
Llegamos primero, lo tenía calculado, Gabriela tenía los ojos vendados, era una sorpresa y cayo presa de su confianza hacia mí, le dije que tuviera paciencia, que no tuviera miedo, que todo estaría bien, solo me aseguré que tuviera su celular consigo, yo lo haría sonar para avisarle cuando podía sacarse la venda, la dejé sentada sobre el inodoro y a pesar de que me bombardeaba a preguntas yo nada dije.
Cerré la puerta con llave y fui a mi ubicación, detrás del espejo, donde podía verla con nitidez, ella parecía paralizada, sentada, con sus manos sobre las faldas, puse música, a alto volumen, sabía que las paredes de Durlock eran demasiado delgadas y tenía que evitar que se oyese de un lado a otro, estarían mis amigos, estaría mi mujer, pero el más leve error terminaría en un desastre.
La llamé y le dije que podía quitarse la venda de sus ojos, que solo esperara, que ya tendría noticias.
Gabriela lo hizo, tomó conciencia de donde estaba y al notar los agujeros en la pared solo empezó a reírse meneando la cabeza, la idea del ‘glory hole’ la calentaba demasiado, era su fantasía, la veía hermosa, pero claro, ella solo veía un espejo, jamás imagino que yo la observaba y se sintió íntimamente sola.
Ella volvió a llamarme y me dijo que estaba loco, solo le dije que disfrutara lo que había preparado para ella y me di cuenta que mi esposa había asumido que ahí terminaba todo, puesto que empezó a desnudarse y solo comenzó a tocar sus partes íntimas, sin imaginar lo que tendría por delante.
Al fin llegaron los muchachos, que decir, me hervía la sangre, se mostraban jocosos y aun indecisos, pero así eran nuestras apuestas, nuestras locuras, llegaba el momento en el que travesarían el muro con sus vergas.
Presté atención a mi mujer, la petisa se había desnudado desde la cintura hacia abajo, pero aún estaba perdida en su mundo.
Aspiré profundo, de repente, el pequeño baño se llenó de vergas desconocidas, los ojos de Gabriela se hicieron enormes, y como reacción instintiva se tapó el rostro con ambas manos, con su repentina vergüenza, pero pasados unos minutos bajó la guardia y observó con discreción, y volvió a taparse, pero volvió a mirar, fueros los segundos más tensos donde noté que mi esposa luchaba con sus demonios, como una mujer de su clase debía comportare versus cumplir sus más perversos y oscuros deseos.
Intentó llamarme, pero en ese momento, ‘casualmente’ mi celular estaba apagado, sonreí por dentro y solo imploré en secreto para que lo hiciera, para que dé el paso, ‘vamos, vamos – rogaba en silencio – mostrame que no sos una santa, mostrame que sos tan puta como todas’
Mi petisa al fin se rindió, estaba sola, nadie la veía, o al menos ella pensaba eso, y se sintió liberada de cualquier cuestionamiento social, miraba los penes colgando con deseo, la vi morderse su labio inferior, siempre hacía eso cuando estaba al borde del descontrol y al fin se rindió, fue hacia una de las paredes, acarició con dulzura uno, y otro y pronto comenzaron a pararse, lo vi con nitidez, ella se acercó más aun, su rostro, y acarició sus mejillas con una de las pijas, entonces solo empezó a chuparla, acariciando otra con cada mano libre.
Lo que había empezado con cierta timidez en pocos minutos se había transformado en un infierno, Gabriela parecía poseída, chupando una, otra, otra, tenía todo para ella y me había asegurado que tuviera tantas vergas disponibles para llevarla al borde de la locura.
Yo me masturbaba en secreto, en mi guarida, donde nadie podía verme, pero yo tenía la mejor vista, mi mujer chupándole la verga a todos mis amigos, uno a uno, y ellos como machos calientes se peleaban y turnaban por los agujeros disponibles, puesto que no había huecos para todos.
Ella estaba en el paraíso, o en el infierno, había levantado su remera mangas largas, había bajado su corpiño y se acariciaba los pezones con los glandes desnudos, le encantaba hacer eso, había llevado sus dedos entre sus piernas y se masturbaba con locura, con frenesí, volvió a prenderse de uno y ya no lo soltó, solo lo masturbó con fuerza, con ritmo, sabía lo que buscaba, la conocía demasiado bien, el flaco Anselmo, al otro lado estaba al límite, y solo se dio, empezó a eyacular, mi mujer, con el ceño fruncido cerró sus labios envolviéndole el glande para degustar hasta la última gota, y no lo largó hasta que ya no quedara nada, y con eso, fue también mi primer orgasmo de los muchos que tendría ese día.
Gabriela ya estaba desesperada, la excitación no la dejaba pensar con coherencia, sus movimientos fueron torpes y buscó entonces su celular, pensé que volvería a llamarme, pero no, siguió chupando vergas, solo que ahora se filmaba, como lo hacía con una, con otra, y con otra, se tomaba fotos y me di cuenta que estaba sobrepasando mis expectativas, me reí por dentro, me encantó y quise ver hasta donde llegaría.
Es complicado para mi transmitir las sensaciones de ese momento solo con palabras, Gabriela era ‘mi’ esposa, me explico?, fiel, pura, transparente, santa, y estar viendo lo que estaba viendo me hacía hervir el cerebro, ver esos labios que eran solo míos, esos labios que solo besaban los míos, posarse en otras pijas, chupar desesperada como si el mundo estuviera por colapsar, verla hacer con su cuerpo las cosas que sus palabras una y otra vez negaron hacer.
Había perdido la noción del tiempo, mi esposa seguramente estaría acalambrada, sus rodillas, su boca, iba a hastiarse de carne y de semen caliente, tres de mis amigos ya habían sucumbido a sus labios, a su lengua.
Fue entonces cuando ella se incorporó para volver a sorprenderme, tomó una de las vergas al azar, calculo la altura colocándose de espaldas y se puso en puntas de pies, me di cuenta que había realizado los agujeros pensando en mi altura y en la de mis amigos, pero no en la de ella, sin embargo, se las ingenió para recular y comerse un lindo pijazo, la situación provocó en mí una nueva erección y fue mi turno de tomar fotografías con mi celular, ella empezó a recular una y otra vez con gemidos profundos disimulados por el volumen de la música, sus nalgas seductoras rebotaban con fuerza contra el Durlock haciendo doblar las mismas y en algún momento tuve miedo que terminaran cediendo y todo se fuera al demonio, pero por suerte soy un buen constructor.
Volví a masturbarme mientras Gabriela se dejaba coger por quien quisiera hacerlo, las paredes que separaban su rostro de los de mis amigos rompían sus bloqueos mentales y ella solo veía vergas y más vergas, solo para ella, pecando en la intimidad, seguridad y refugio que le daba la situación, porque estaba seguro de que de intentar hacerlo a cara limpia jamás hubiera funcionado y ella hubiera estado negada y a la defensiva.
Para mí fue hacer realidad muchas fantasías, y mi petisa solo devoraba vergas sin parar, una tras otra, llenando su conchita, sus manos, su boca, y hasta se la arreglaba para hacerse coger a un lado y chupar al otro.
Habían pasado unas seis horas, casi no podía creerlo, nos habíamos excedido con creces del tiempo pactado con los muchachos, pero es que mi mujer parecía ninfómana, parecía batir récords, pija que se paraba era una pija que ella hacía acabar, se había dado todos los gustos posibles, hasta su culito tragón se llevó de regalos varios anales.
Yo ya no tenía semen en mis testículos, estaban secos de tanto tocarme y era hora de terminar.
Mis amigos se dieron por satisfechos y terminaron con el juego.
Solo cuando me aseguré que ya no quedara ninguno, apagué la música y me quedé observando tras el espejo, ella estaba hecha un desastre de mujer, tenía semen chorreando por donde fuera, por su rostro, por sus tetas, por su vientre, por sus nalgas, por sus piernas, incluso de su concha, no parecía mi petisa, mi santa, solo era una mujerzuela de burdel, de película porno.
Le di tiempo, hubiera sido perturbador para ella si la hubiera asaltado en ese momento, pero me causó gracia el modo frenético en el que ella trataba de limpiar y acomodar todo, como si nada hubiera ocurrido, claro, jamás imaginó que yo le estaba haciendo trampas en el juego.
A su momento abrí la puerta, la misma mujer que había dejado tiempo atrás me recibió, contenida, discreta, vergonzosa.
No hablamos mucho al respecto, solo lo necesario para no incomodarla, porque ella solo narraba lo que quería narrar, le había gustado, sí, pero solo contó la décima parte de lo que yo había visto, estaba con ‘freno de mano’, solo inquirió como se me había ocurrido y lo que más la intrigaba, quienes habían sido todos esos muchachos, de donde los ha bía sacado, como los había convencido, solo respondí con sonrisas.
Pasó el tiempo, desarmé lo que había armado y seguí adelante con mis trabajos rutinarios, entregué la casa y las llaves.
Los domingos nos seguimos encontrando en el club, todos juntos, como una gran familia, ellos aún recuerdan esa locura y todavía suelen preguntarme por la puta que jamás conocieron, y yo soy el dueño de mantener mis labios cerrados, los veo charlar de la vida, mi esposa, mis amigos, sus mujeres, tanta inocencia, tanto desconocimiento, me pregunto qué pasaría si abriera la boca, si ellos se enteraran que se habían cogido a mi mujer, todos, uno a uno, y Gabriela, se moriría mirando a los ojos a esos hombres a los que uno a uno les había chupado la verga, miraba tantas mujeres felices, sin imaginar que mi inocente petisa las había hecho cornudas, a todas, una por una. Mi secreto me excita tanto que me lleva a pronunciadas erecciones y a veces solo deseo compartirlo con alguien.
Tal vez alguna vez lo realice nuevamente, pero ya no con mis amigos, deberé buscar machos en otros sitios, y tampoco quiero convertir a mi esposa en una puta cualquiera.nComo sea, final de la historia, creo que en definitiva mis amigos, Gabriela y yo, cada a su manera, quedamos todos contentos.
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Imagen únicamente de caracter ilustrativo para este relato erótico…
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