Yo lo sabía, pero fue mi pareja, quien me dijo que a los cinco años de convivencia se los llamaba ‘bodas de madera’, era una ocasión especial para replantearse todo lo vivido y comprobar que las cosas realmente funcionaban entre nosotros.
Yo lo tomé un poco a gracia porque en verdad nuestra relación iba sobre rieles y estaba muy feliz junto a Kevin, el chico, ahora hombre que había conocido a fines de mi adolescencia.
Pero Kevin lo hablaba muy en serio, o sea, en realidad solo buscaba una excusa para tomarnos unos días a solas, lejos de todo, de nuestros empleos, de nuestras obligaciones, desconectados de los problemas del mundo, de la información cancerígena de los noticieros de tv, de la adicción al celular y bajarnos un poco del tren de la locura en la que todos vivimos día a día.
Tenía casi veinte cuando lo conocí, me enamoré de su estampa varonil, de su rostro seductor, de sus ojos claros y de su sonrisa peligrosa, de su forma de ser caballero conmigo y de su chispa original, él era el único en llamarme Angie, mi segundo nombre, porque él era si, quería ser diferente a todos y único para mí. Él me decía siempre que se había enamorado de mi forma de ser, de mis largos cabellos castaños, de la delgadez de mis curvas y si bien era todo cierto, yo sabía que por más galán que se hiciera conmigo, el moría por mi colita y por mis piernas, punto fuerte en mi físico si es que algo debiera destacar.
Habíamos estado casi tres años de novios, y entre idas y vueltas decidimos ser pareja bajo el mismo techo, nada formal, ni fiesta, ni nada, fue solo probar en un encuentro donde nos prometimos auténtica fidelidad y amor.
En un abrir y cerrar de ojos habían pasado cinco años, el ya pasaba lo treinta y yo los estaba pisando, muy enamorados, con proyectos de ser padres, nos sentíamos en el momento de hacerlo, ya habíamos disfrutado demasiado de nuestra pareja en soledad.
Buscamos algunas opciones por la web para pasar un fin de semana de intimidad, viajaríamos un viernes después de almorzar y volveríamos el domingo al caer el sol y todo pareció complicarse puesto que económicamente vivíamos al día y todo parecía ser demasiado costoso, aunque sea solo un fin de semana.
Fue mi marido que, por contactos de contactos, conocidos de conocidos encontró algo a la medida de nuestros bolsillos, un complejo de cabañas un tanto apartado de la ciudad, no mucho, apenas cuarenta minutos en coche, lo suficiente para pasar del gris del asfalto al verde de las praderas.
Viajamos según lo planificado y muy rápidamente el paisaje había cambiado y no era solo lo visual, las bocinas estridentes de los coches fueron reemplazadas por el trinar de los pájaros y una sensación de excitante soledad pareció invadirnos.
Juan Carlos era el casero que nos recibió, era quien mantenía el pequeño complejo de ocho cabañas dispuestas en círculo, en cuyo centro había una hermosa piscina con sombrillas y reposeras, un sector de arena y el verde del césped recortado prolijamente hacía juego con el marrón oscuro de las maderas, el lugar era muy bonito, rodeado por una frondosa arboleda y se sentía de fondo el ruido de una cascada de agua de un pequeño arroyo que estaba a nuestras espaldas.
El casero nos acompañó a una de las cabañas, pequeña pero acogedora, en un semipiso abierto podía verse elevada la cama matrimonial y en la planta baja un comedor escueto, pero justo.
En esos minutos, nos dijo que estábamos fuera de temporada y que para nuestra suerte éramos los únicos en el complejo, que él vivía con su esposa, quien hacía unos ricos dulces caseros y también con su hijo Enzo, un veinteañero que lo ayudaba en los quehaceres, quien el año próximo se instalaría en la ciudad para empezar sus estudios universitarios, intercambiamos palabras, también nos comentó que teníamos a disposición bicicletas, caballos para pasear, algún kayak para remar en el río y otras cosas que normalmente se alquilaban en temporada, pero nosotros lo podíamos usar como cortesía
Acomodamos nuestras cosas, mientras Kevin guardaba las prendas en el placar que estaba en el semipiso superior, yo hacía lo propio en la planta baja, en el refrigerador, con los alimentos frescos que habíamos llevado para cubrir esos días.
Poco después sentimos golpear la puerta de ingreso, como yo estaba en la planta baja fui a ver quién era, abrí y al otro lado estaba Enzo, sería mi primer encuentro cara a cara, el traía una canasta con panes frescos y unos dulces envasados, entonces dijo con mucho respeto
Buenas tardes señorita, esto le manda mi mamá, son todos productos caseros que ella prepara
No me digas ‘señorita’, me llamo ‘Angie’, y no me trates de ‘usted’, me haces sentir anciana
Bueno, como usted mande seño… perdón… como vos digas… cómo era?
Angie…
Eso… Angie…
Al cerrar la puerta Kevin – que había escuchado la conversación – y yo nos miramos y nos empezamos a reír, de donde había salido este chico? señorita? me trataba de usted? atrasaba dos siglos! por Dios!!
Enzo tenía veinte, pero parecía mayor, seguramente por la barba recortada que usaba, era alto, espigado, con músculos apenas marcados si llegar a ser grotescos, de cabellos entre rubios y colorados según diera el sol y ojos miel que daban aspecto de ternura, no vestía bien, cierto, una camisa vieja un poco desgarrada, un tanto abierta dejando ver un pecho lampiño, un pantalón de jean azulino cortado en forma casera a la rodilla, y zapatillas negras de cordones desatados.
No hablamos mucho más del muchacho, solo Kevin se burlaba diciendo que era mi tipo y me había gustado, es que era pura bondad y hasta adivinábamos que era virgen. Esa tarde fuimos a caminar a orillas del río, a recorrerlo, una caminata a solas de enamorados, nos bañamos, cenamos, hicimos el amor, dormimos
Sábado por la mañana decidimos desayunar a orillas de la piscina, bajo una de las sombrillas, con los pies descalzos en la tibia arena, disfrutando los panes y los dulces de Anita, la esposa del casero.
En la quietud del paisaje solo se marcaban los movimientos de Enzo, a una veintena de metros recortaba con cuidado unos ligustros que llevaba a perfectas formas geométricas, Kevin y yo lo mirábamos con atención a través de nuestras gafas de sol, y él chico en una inocencia sexual nos devolvía la mirada hasta en forma obscena, y no sabía el motivo, pero la situación me encendía, o nos encendía, porque Kevin bromeaba con cosas que no debía bromear
Por la tarde dijimos de ir a andar a caballos, pero claro, éramos gente de ciudad, que sabíamos de caballos, por lo cual el casero llamó a su hijo y le pidió que nos llevara de paseo.
Ahí fuimos, a montar, a dar una vuelta por el lugar. Enzo iba al frente, guiando y contando, nos seguía tratando de ‘usted’, y ‘señor’ y ‘señorita’, se le hacía difícil apartarse del libreto, y yo solo perdía el control, la situación, la fantasía, los pensamientos, mis piernas abiertas rodeando el lomo del equino, mi sexo rozando en la montura, paso tras paso, me mojaba, me mordía los labios y no pude evitar soltar un disimulado orgasmo
Por la noche, Enzo se había colado en nuestras sábanas, Kevin y yo jugamos a ser tres, y solo sería un juego de pareja.
Domingo, último día, Kevin se había instalado en el parrillero, encendía el fuego para asar un pollo que esperaba en la heladera, yo preparaba unas papas con mayonesa mirando por la ventana hacia donde estaba mi esposo, vi que a un lado también estaba el chico, al borde de la piscina, sacando las hojas del agua con un barredor, con paciencia, con todo el tiempo del mundo.
Dejé las cosas de lado, fui al placar del semipiso, por mi traje de baño, hacía un lindo calorcito de primavera y si bien no estaba para disfrutar la piscina, al menos podía asolearme un poco. Colaless negro y sostén blanco, muy sexi, una lonita de mano y mis infaltables gafas.
Fui decidida a la parte de arena, inmediatamente los ojos del joven se posaron en mis curvas, al punto de quedarse como paralizado con suma torpeza y dejar de pasar el barredor, claro, un poco más lejos, mi pareja veía también toda la película
Acomodé la lonita en el piso fingiendo ignorarlo, me puse auriculares enganchados a mi celu y me recosté boca abajo, sabiendo que mis puntos fuertes, mis piernas y mi culito casi desnudo estaban en ángulo directo a Enzo.
Me gustó jugar el juego y me reía por dentro de lo que sabía que le provocaba al chico, por si fuera poco, lo llamé y le dije
Enzo, mi marido está ocupado con el tema del almuerzo, me tomarías unas fotos de recuerdo por favor?
Por supuesto señorita, lo que usted necesite!
A esa altura del juego, los antiguos formalismos del chico ya me molestaban, pero sabía que no iba a cambiarlo, solo le di mi móvil y me tomó muchas fotos culito para arriba, manchadito con arena y todo me supo muy sexual, máxime que Kevin era parte pasiva del juego.
Poco después fuimos a almorzar y todo terminó, pero había un no sé qué en el ambiente, el único tema de conversación entre mi marido y yo fueron las fantasías con el jovencito, y Kevin se mostraba muy risueño adivinando que el joven Enzo seguro se estaría masturbando después de que yo lo provocara adrede.
Luego del almuerzo, yo lavaba los platos y Kevin los secaba, por la ventana de la cocina mirábamos el exterior, la piscina, Enzo estaba sentado al borde, moviendo el agua con sus piernas, cerrado en sus pensamientos, mi marido entonces golpeó los vidrios para atraer su atención, apenas Enzo quebró el cuello hacia nuestro lado, Kevin le hizo señas con la mano para que viniera.
En menos de un minuto él había ingresado y como en una trampera mi esposo cerró la puerta a sus espaldas
Te gusta mi mujer? – preguntó directamente – Angie es muy bonita cierto?
El chico no respondía, solo me devoraba con la mirada al borde de la locura, aún estaba con mi sexi traje de baño y me sentía intimidada, mi esposo lo hizo sentar, y luego vino sobre mí, me tomó por las nalgas y levantándome en el aire me sentó sobre la mesa principal, empezó a besarme, empecé a mojarme, sentía como me miraban y esa sensación de que pronto estaría haciendo el amor, desnuda, frente a un desconocido se me hacía muy caliente.
Pronto mis tetitas quedaron descubiertas, el pasó sus manos por los elásticos de la tanga y también mi sexo quedo a su vista a contraluz del lugar, brilloso, mojado, rasurado, caliente, era una locura
Te gusta la enana? – volvió a preguntar Kevin, provocando a Enzo, quien estaba con los ojos enormes y una notable erección bajo su pantalón –
Apuesto que te has masturbado con ella, cierto? – siguió punzando sin tener respuesta –
Mi marido me lamió los pechos, muy rico, bajó por mi vientre con cadencia, se fue perdiendo hacia abajo, acariciando mis piernas, sentía erizarme la piel y los ojos perspicaces a la distancia me parecían muy calientes, me perdí, sentí la lengua de mi esposo jugar por mi clítoris, por mis labios, por mi culito, caí rendida sobre la mesa, solo quería disfrutar, solo no podía resistirlo, empecé a tocarme los pechos, mis pezones estaban muy duritos, le di pequeños pellizcos mientras me mojaba a mares, mi amor hacía un trabajo excelente entre mis piernas.
Acostada sobre la mesa incliné un tanto mi cabeza hacia el lado donde Enzo estaba sentado, se había bajado los pantalones y se estaba masturbando, miré su pija con deseo, porque sabía que sería para mí, cerré los ojos, no pude, no pude, no pude más. Me vine en gemidos de pecados
Kevin, que parecía ser el líder natural del juego dijo con soltura
Angie, parece que nuestro amigo es un tanto tímido, necesita tu ayuda!
Bajé de la mesa y fui a su encuentro, caminando con cadencia, segura de mis curvas, mirándolo fijamente como puta, me arrodillé a sus pies, aún tenía se verga aferrada entre sus dedos, la aparté, empecé a comerle las bolas a besos, muy suaves, muy ricas, lo masturbaba suavemente y el me regalaba gemidos con su respiración agitada, pasé la lengua desde abajo hasta a punta, un par de veces y ya pude sentir el sabor de un orgasmo inminente, pobre chico, muy precoz.
Hubiera seguido de no ser porque mi esposo me arrancó del lugar, me cargó como una macho prehistórica carga a su hembra, por sobre uno de sus hombros, con mis piernas colgando por delante y mi torso por detrás, estaba cabeza al revés y pude ver como Enzo se quedaba sentado en el sillón sin parecer responder.
Subimos al entrepiso y me tiró con un hermoso desprecio sobre la cama, me dijo
Sos una puta asquerosa, te gustó chuparle la verga cierto? porque a mí me encantó ver como lo hiciste!
Me sentí tan mojada que mis flujos habían chorreado por mis pernas en forma descontrolada, mi marido entonces me abrió toda y me la enterró de golpe, empezó a cogerme con ganas, bien profundo, bien salvaje, me hacía gritar, me acariciaba las tetas, me acariciaba la conchita, y acariciaba su rica pija entrando y saliendo toda empapada por mis jugos.
Cerré los ojos por unos instantes, al abrirlos me encontraría a Enzo a mi lado, se arrodilló sobre la cama me la ofreció, empecé a chupársela otra vez, y fue perfecto, gozando con una y con otra, me sentía la puta de mi esposo y me encantaba serlo, el me miraba como se la chupaba sin dejar de cogerme.
Enzo estaba cambiando, parecía dejar de lado ese rol pasivo para tomar sus propias decisiones, lo sentí venir, entonces él se retiró un poco, unos centímetros apenas, lo suficiente, sostuvo con fuerzas con su mano izquierda mi cabeza sobre el colchón y se masturbó con la derecha, no pude evitarlo, el semen caliente salió expulsado con la fuerza de un volcán para estallar en mi rostro, una vez y otra y otra, en mi nariz, en mis pómulos, en mis ojos, en mi boca, en mis labios, en mis cabellos, era demasiado, no podía respirar, no podía ver, me llenó la boca y la situación me tentó a la risa.
Kevin estaba fuera de sí, sacó su pija de mi conchita y también me llenó de leche, sobre mi pubis, sobre mi vientre, sobre mis pechos, sobre mi cuello.
Estaba empapada por todos lados, un asco de mujer, pero me sabía tan caliente, tan sexual, degustando el sabor de mi amante y el de mi esposo al mismo tiempo, en esos segundos de relax Enzo, en una forma desconocida para nosotros exclamó.
Son dos malditos degenerados…
Me estaba limpiando el rostro y el cuerpo con las sábanas, un tanto desprevenida, Enzo, tomando la iniciativa me arrastró hacia su lado en un forcejeo medido, me levantó con la fuerza de sus brazos y me puso en cuatro, no le costó demasiado dado mi pequeña contextura física, respiré excitada y lo sentí venir nuevamente, ahora era él quien me cogía con fuerzas. Kevin parecía no entender, había perdido el control de juego y no le importó, solo lo dejó hacer.
Enzo me hacía gemir y eso a mi esposo pareció gustarle y Enzo se había transformado en un animal, no pidió permiso, no lo insinuó, solo la sacó y me la clavó por el culo haciéndome bramar, incluso ensayé un reclamo.
Mi amor… me la está dando por el culo…
Pero mi amor estaba demasiado complacido con la situación y ahora era su turno de masturbarse con lo que sucedía.
Me dejé llevar, lejos de protestar me entregué mansamente a los deseos de mi amante, él me aferraba por la cintura y por las nalgas, lo sentí topar sus caderas en mi cuerpo en cada embate, me la metía profundo, solo arqueé mi espalda sobre el colchón para sentirlo más pleno, más completo, un salvaje que me hacía gritar.
Mi rostro estaba de lado, aun con la pegatina caliente de la leche que había recibido, observando el placer de mi esposo al borde de la cama, con su verga erecta, dura, y sintiéndome sodomizada de una manera tan rica, me rompía el culo, amaba que lo hiciera.
El siguió y siguió hasta llenármelo de semen, fue muy rico
Si bien me considero una mujer muy sexual, a esa altura del juego me sentía justamente, fuera de juego, ya no quería más, era demasiado, pero Kevin aún se masturbaba al borde de la cama y dado que mi amante ocasional se había retirado del juego, solo vino por mi.
Me tomó entre sus brazos, cincuenta kilos para él no es nada, me levantó con la fuerza de sus bíceps pasándolos por debajo de mis muslos y me bajó lentamente, haciendo que su pija dura se incrustara en mi sexo.
Empezó a balancearme, y dejarme caer bien profundo, no podía evitarlo, a duras penas me sostenía rodeando con mis brazos su cuello, y me hacía gemir
Estaba toda embardunada de jugos de ambos hombres, de pies a cabeza, por delante y por detrás, por dentro y por fuera. Ya solo quería que terminaran, pero por si algo faltara, Enzo vino otra vez a la carga, sin pedir permiso, sin respeto, solo me la metió otra vez en el culo.
Ellos empezaron a moverme entre los dos, era el medio del emparedado, solo gritaba apretando con fuerzas a mi esposo, exhalando más aire del que podía tomar, tenía un hombre por delante, otro por detrás, Kevin diciéndome cosas como
Disfrutalo puta! dos vergas para vos sola, te gusta cierto?
Yo no podía articular respuesta, estaba sostenida en el aire, entregada a la pasión, con la piel erizada, rozando mis pezones en el pecho de mi hombre al tiempo de sentir la respiración agitada del extraño en mi nuca.
Fuimos sobre la cama, pedía piedad, otra vez en cuatro, entregada, Enzo parecía enloquecido con mi culito y no dejaba de darme y darme, mi marido vino por delante, en rodillas, me la metió en la boca, uno por cada lado, y otra vez al juego, cuando salía la de atrás entraba la de adelante, y cuando entraba la de atrás salía la de adelante, me movían hacia un lado y hacia otro y el maldito de mi esposo avanzaba lentamente, acortando distancias con el joven, obligándome a meterme más y más su verga en la boca.
Kevin llegó nuevamente, esta vez la tenía tan adentro y estaba tan loca con lo que sucedía que no lo vi venir, solo sentí su semen llenando mi garganta, profundo, caliente, tragué hasta la última gota, no tuve alternativa.
Enzo no tardaría demasiado, esta vez la sacó, y como se había masturbado cerca de mi rostro ahora lo hacía en mi trasero, sentí sus chorros calientes pegar en mi sexo, hasta caer rendido sobre mi espalda.
Lo cómico es que ellos pensaban seguir, así que como buena cobarde me escapé y me encerré en el baño para ducharme.
Abrí el agua tibia y la dejé correr sobre mi rostro, me dolía todo el cuerpo, tenía toda la conchita y el culito abierto e irritados, me habían partido en pedazos, los pezones sensibles al punto de no poder tocarlos, sucia en semen como nunca, mis cuidados cabellos, todos pegotes y mi entrepierna que no dejaba de chorrear líquidos viscosos que caían de mis agujeros.
Cae la tarde, luzco un vestidito de media estación entre holgado y ceñido en un verde que se confunde con el tono del césped que nos rodea, también una capelina muy femenina y mis grandes gafas de sol, terminamos de acomodar las cosas en el coche, Juan Carlos, el casero nos despide amistosamente, está con su esposa, Anita, quien nos regala los últimos frascos de dulces caseros, nos reímos, nos dice que espera que nos volvamos a ver alguna vez, y que hayamos disfrutado la estadía, unos pasos más atrás está Enzo, en silencio, con sus brazos entrecruzados a su espalda, mirando el piso, como sintiendo vergüenza por lo que había sucedido un par de horas atrás.
Che, pavo – lo increpa su padre – un poco de respeto, salude a la gente que se va!
Apenas da un tímido paso hacia adelante para estrechar la mano de Kevin, ahora es mi turno, me acerco, me extiende la mano, siento el miedo en sus ojos, la oscuridad de los vidrios de mis gafas de sol me da morbosa privacidad, no puedo dejar de sonreír por dentro, me sostengo la capelina con una mano para que no me la arranque el viento, me acerco a su mejilla para regalarle un cálido beso, y en un susurro le dejo en forma privada al oído.
Nunca voy a olvidar lo que vivimos hace unas horas, me encantó, quería que lo supieras.
Su rostro parece iluminarse en alegría al escucharme, nos separamos, subimos al coche y emprendemos el retorno en un corto viaje hacia nuestro hogar, mi esposo se concentra en el tráfico, yo me concentro en él, lo miro, en silencio, no es el momento de palabras, solo acaricio sus cabellos, aunque me duela todo mi sexo estoy feliz por las bodas de madera que termina de regalarme.
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