En mis años de adolescencia solo deseaba ser una estrella de rock, me pasaba horas y horas junto a mi amado bajo haciendo temblar todos los vidrios de la casa con mis acordes graves. Soñaba estar en una banda, ser famoso, y me gustaba mi posición, nunca me interesó ser un frontman, el cantante, tampoco el niño maravilla tirando acordes con su guitarrita, no, la base junto a la batería era lo mío, plata fácil con chicas fáciles.
Pero claro, era lindo imaginarlo, imaginarme a mí mismo, pero la realidad de mi familia era diferente, no había mucho dinero, éramos tres hermanos, mamá ama de casa y papá era inspector de tránsito en la municipalidad de la ciudad.
Y claro, era todo demasiado cuesta arriba, papá trabajaba horas extras, y cuando podía hacía algunas changas de custodio improvisado, en algún mercado, alguna granja.
Discutíamos mucho en esos días, yo no podía notarlo, no lo entendía, yo iba ser una estrella, pero él solo veía un holgazán que no estudiaba, no trabajaba y se pasaba el día ‘jugando con su guitarrita’ como solía decir en un tono despectivo, sabiendo que odiaba que le dijera ‘guitarrita’ a mi bajo. Por suerte estaba mamá, que siempre intercedía y ponía paños fríos a las acaloradas discusiones.
Pero una vez las cosas cambiaron, haciendo analogía con mi bajo, la cuerda se tensó tanto que al final terminó cortándose, esa vez mamá solo se quedó en silencio, con la mirada resignada, y por primera vez tomaba parte y se ponía del lado de mi padre.
Recuerdo que él se sentó frente a frente, calmado, no había gritos, solo me dijo con voz pausada, resignada, que me daba tres opciones, o trabajaba, o estudiaba, o tenía la puerta para elegir mi propio camino, las cosas debían cambiar, sí o sí.
Con ese ultimátum no había lugar donde escapar, honestamente siempre fui un haragán, y busqué el mal menor.
Papá consiguió por medio de sus contactos, meterme en algunos de los oficios que estaban de moda en esos días en la municipalidad, de casualidad caí en cosas de jardinería, césped, flores, abonos, tierra, y cosas que poco me interesaban, pero al menos era algo, estaba aprendiendo algo nuevo, tranquilizaba un poco a mi familia y, además, me pagaban unos pesos que siempre venían bien.
Yo no pude verlo en ese momento de joven rebeldía, pero hoy, pasados los cuarenta la jardinería es el medio con el que me gano la vida.
Soy un tipo soltero, bohemio, no me interesan las relaciones duraderas, no pienso tener hijos, siendo sigo el haragán de siempre, no soy ambicioso y los pesos que gano, sean muchos, sean pocos los invierto bien invertidos, mujeres, fiestas, cigarros, viajes, y por supuesto, mi fiel amigo, el bajo, siempre me espera en un rincón para hacernos mutua compañía, hoy, ya es un hobby.
Deambulé por muchos sitios con mi oficio a cuestas, en trabajos temporales, en parquisados de algún country, tuve una florería en la puerta de un cementerio, también fui profesor improvisado sobre el tema, y demás actividades del rubro.
Dos años atrás me presenté en una licitación para tomar el mantenimiento de todo ‘lo verde’ en ‘Cinco Cruces’, una importante empresa de infusiones de té y café, con varias marcas, muy conocida en el país.
Así gané un contrato por tres años con posibilidades de renovar por otros tres y empecé con largas jornadas y diversas ocupaciones.
La fábrica en sí es bastante grande, trabajan más de trescientas personas en turnos rotativos y existe un ala administrativa en horario central, lo mejor es el constante aroma a café que reina en las inmediaciones, más cuando sopla viento norte, suave, exquisito.
Si bien tengo libertades para moverme por todos lados, la mayoría del tiempo la paso en los exteriores, donde está el césped, pero, sin embargo, uno va haciendo conocidos y amistades, se entera de chimentos y puteríos de todos los días, historias de cuernos, infidelidades, el puto de turno, la secretaria y el jefe, la puta de la cocinera del turno noche, que por unos pesos cogía con cualquiera, si esas paredes hubieran hablado…
Ana era una de las enfermeras de turno, alguien que me atraía, unos treinta años, divorciada, castaña de nacimiento, rubia por elección, ojos cafés, estatura mediana, siempre en su uniforme de camisa y pantalón azul petróleo, prendas holgadas que sin embargo dejaban notar dos pechos llamativos y unas caderas bien formadas.
En mis ratos libres solía visitarla, me gustaba su compañía, el servicio médico estaba apartado de la nave principal y casi nadie llegaba por esos lados, compartíamos mates, charlas. Ana no gozaba de buena reputación, se contaba por los pasillos que era una enfermera bastante liberal por decirlo, que había estado enredada con algunos doctores y que tenía demasiadas caídas, incluso algunos muchachos de planta habían pasado por su consultorio a escondidas. Como fuera, no me importaba, por el contrario, esas historias de pasillo me daban morbo y hacían aumentar mi interés por ella.
Mirna era la otra chica a quien tenía en el punto de mira, subcontratada por servicios temporarios, era parte de un plantel tercerizado que se encargaba de toda la limpieza edilicia, y a veces me cruzaba con ella en los horarios de descanso.
Morena, de ojos negros como la noche, siempre llevaba su larga cabellera recogida en una larga trenza, al igual que Ana, era una mujer pisando los treinta, de altura promedio y de muy linda figura, un tanto más delgada. Me encantaba su simpatía, siempre contenta, siempre sonriente. Sabía que tenía una niña, pero no tenía pareja, vivía con sus padres.
Mirna me cautivaba, su forma de hablar, su forma de caminar, tenía una naturalidad para verse sexi sin verse puta, muchos querían cogerla. Su prontuario era tan oscuro como el de Ana, decían que su hombre la había dejado por puta, también se comentaba que era bisexual y que le gustaban más las mujeres que los hombres.
Yo siempre jugaba con las palabras en cada cruce, con una, con otra, entendía que ellas eran receptivas y jugaban de la misma manera en que yo lo hacía, con indirectas, con frases en doble sentido y preparaba la trampa para que cada una cayera a su debido tiempo. Mirna era de jugar bien ese juego, palabras con insinuaciones veladas y esa sonrisa de puta que tan bien le quedaba, no dudaba en decirle directamente que terminaríamos en la cama y ella solo me respondía negándolo con la cabeza, cuando su rostro me invitaba a dar el siguiente paso. Ana era diferente, ella era más de tocar, con la excusa de ser enfermera, la visitaba con cualquier pretexto, y ella solo gustaba revisarme por nada, en más de una oportunidad había notado alguna erección y era en ese momento cuando la maldita se desentendía de lo que hacía y solo me dejaba al límite.
A pesar de tantas indirectas, todo terminó dándose por casualidad y de la forma menos pensada.
Como suele suceder, surgió una idea de compañeros de salir una tarde después de la jornada laboral a tomar unas copas, y a charlar un poco de cualquier tema alejado de lo laboral.
Pasé por casa a tomar una ducha y a ponerme presentable, para oler bien y verme bien, agarré mi moto y me dirigí al bar de la zona céntrica donde ya habían hecho las reservas.
Llegué, dejé la moto a un lado y me dirigí con los chicos donde a la distancia comprobé que ya estaban dándole fuerte a un par de cervezas, fui uno de los primeros, alguno de los muchachos ya habían llegado y también estaba Ana, era evidente que recién se había duchado, sus cabellos aun húmedos lo dejaban saber, estaba maquillada, con alhajas, con un jean celeste desgastado pegado a su piel, por arriba una remera de algodón blanca, simple, sin detalles, pero lo suficiente ceñida a su cuerpo como para resaltar sus muy atrayentes y envidiables pechos, que ricas tetas tenía esa desgraciada y como le encantaba lucirlas! Ana, fuera del ámbito laboral y fuera de los acostumbrados y cansinos uniformes era una mujer muy bonita.
Me senté a su lado y me uní a la conversación del momento.
Mirna llegaría entre los últimos, y su llegada no pasaría desapercibida para propios y extraños, un taxi paró frente al local y pocos segundos después ella descendió del asiento trasero, infinitas y pequeñas trenzas poblaban su cabeza en un trabajo arquitectónico que seguramente le había insumido demasiado tiempo, pero que quedaría en segundo plano por la forma en estar vestida, unos enormes y filosos tacos altos, una minifalda en color rosa chicle que le dibujaba un culo espectacular, era tan corta que la incomodaba en demasía, hacía lo imposible para bajarla una y otra vez y sus límites marcaban la diferencia entre lo normal y lo prohibido, estaba vestida para matar, para una noche de fiestas y no para una tarde para compartir cervezas en un pub entre amigos.
Como fuera, pasaron los minutos, Ana a mi lado se ponía más y más toquetona, con sonrisas peligrosas y charlas de aparente inocencia, casi todos mis sentidos estaban con ella, mis oídos escuchando sus palabras, mi piel recibiendo roces de su piel, mi olfato llenándose con su perfume, pero no mi vista, mis ojos tenían la exclusividad para Mirna quien al otro extremo de la mesa, muy lejos de mi alcance, no dejaba de ser centro de atención, no solo por su físico, sino también por la forma en que tomaba, sin límites.
Cuando el sol ya caía por el horizonte y las primeras sombras del anochecer ganaban el lugar, poco a poco, uno a uno fue dando por terminada la reunión, algunos tenían esposas o maridos que lo esperaban, otros tenían que pasar por sus hijos, y para otros sencillamente ya había sido suficiente, apenas quedamos un puñado de compañeros, Mirna estaba ebria, ya no era centro de atención por su figura, no, ahora la miraban como una borracha alegre y festiva que se mostraba como una payasa haciendo el ridículo, estaba descalza y mecía sus zapatos tacos altos entre sus dedos, de un lado a otro, Ana me dijo por lo bajo que pediría un taxi para llevarla hasta su casa y solo se me ocurrió en ese instante decirle que yo la acompañaría, casualidad, sin premeditar, solo vi que Ana, al ser mujer no podría sola con Mirna, además yo también había bebido bastante y no era prudente andar en dos ruedas.
Fuimos los tres al asiento trasero, Mirna al medio, flanqueada por Ana a un lado y yo al otro, el taxi partió y nuestra amiga parecía perdida en el mundo, sus piernas se abrían descontroladas y era imposible esconder la tanga blanca que usaba, ella venía sobre mí, luego sobre ella, la única que hablaba de los cuatro, se estiró para besarme en la boca, la esquivé, entonces hizo lo propio con Ana diciéndole que yo era un maricón.
Llegamos a los tumbos, colgada de mi hombro mientras Ana abría la puerta, no podíamos dejarla así.
Decidimos darle una ducha, ayudé en todo a Ana y solo les di la privacidad del caso cuando fue requerido, esperé en el comedor un buen rato, jugando con mi celular.
Poco después ellas aparecieron, Mirna parecía otra mujer, sobria, con sus cabellos mojados, envuelta en un toallon que iba desde sus pechos a sus caderas, me dijo al verme
Que vergüenza Diego, lo siento…
No te preocupes, está todo bien, para eso estamos los amigos – respondí mirando a Ana –
No sé cómo pagarles… – dijo Mirna –
Ella caminó sola unos pasos, dándonos la espalda a ambos y en un instante se hizo un silencio muy erótico, como si hubiera terminado una película y estaría por comenzar otra, solo soltó la enorme toalla que la cubría y la dejó caer al piso, sin palabras, Ana me miró, pero yo estaba abstraído con el hermoso culo de esa mujer
Te gusta lo que ves? – preguntó Ana, quien estaba fuera de mi alcance visual –
Me encanta – respondí en tono apenas audible
O tal vez te guste más esto? – preguntó ella –
Giré mi cabeza, a mis espaldas Ana había desnudado la parte superior de su cuerpo, sus tetas eran enormes y espectaculares, de las mejores que había visto, con una geometría que rozaba la perfección, con las aureolas más grandes y terrible que puedan imaginar, con unos pezoncitos muy pequeños y puntiagudos.
Mirna fue a su encuentro, frente a frente, empezaron a besarse en una forma muy erótica, acariciando refregándose los pechos, dirigiendo sus miradas cómplices hacia donde yo estaba sentado como espectador del juego.
Ana se llenó las manos con las ricas nalgas de Mirna, y ambas se balanceaban de lado a lado con cadencia, como si un melancólico blues de Gary Moore nos acompañara de fondo, era muy erótico, muy mujer con mujer llenando de pecados la vista de un hombre.
Me desnudé y fui al encuentro de esos cuerpos ya desnudos, besé a una, con mucha suavidad, con mucho tiempo a la otra, luego a la otra, ellas volvieron a besarse, nos besamos los tres juntos, puse mi mano sobre la mano de Ana y la llevé a recorrer entre ambos las hermosas curvas de la cola insinuante de Mirna, a su tiempo empecé a chuparle una de las tetas a Ana, no podía perderme esa oportunidad y de reojo vi que Mirna me copiaba el juego con la que quedaba libre.
No tardaron en aprisionarme la pija entre sus dedos y hacer con mi sexo las cosas tan ricas que solo las mujeres saben hacer.
En algún punto Mirna nos llevó al dormitorio, una amplia cama de dos plazas con grueso acolchado y sábanas blancas de raso nos estaban esperando, rodando, entrelazados, los tres, como uno.
Terminé sentado al borde, Mirna a un lado empezó a chupármela muy rico, con penetraciones tan profundas que nada dejaban a Ana, pero la enfermera parecía tener otras cosas en mente, solo me chupaba los huevos ensalivando sus dedos, empezó a acariciarme el esfínter, me dijo en forma peligrosa que debía hacerme un control de próstata.
Lejos de molestarme me fue imposible mantener mis piernas cerradas y conforme ella buscó chuparme le culo más y más me habría para ella.
Cuando me di cuenta Mirna tenía casi toda mi verga dentro de su boca, casi llegando mis bolas, en una chupada frenética, mientras que Ana, perdida entre mis piernas se deleitaba retorciendo sus dedos índice y mayor en lo profundo de mi culo, y todo se me hacía irresistible, me vi venir, les advertí, pero parecían ignorarme, en especial Mirna que me hacía sentir el glande incrustado en la garganta.
Estaba ahí, cuando Mirna de repente dejó de hacerlo, se puso a un lado manteniendo mi pija rígida e inmóvil entre sus dedos, conta mi pubis, mi cabeza desnuda parecía estallar y un líquido blanco y transparente empezó a rodar hacia abajo, Ana aceleró el ritmo de sus dedos, se miraban entre ellas como putas y de repente ya! empecé a chorrear leche caliente por todos lados, saltando sin parar, ensuciando todo a su paso, chorreando en mi vientre, por el tronco, por las bolas.
Ellas miraban entusiasmadas como yo acababa y se morían de risa, habían actuado en forma tan sincronizada que siempre me quedará la duda si había sido todo casualidad o ya lo habían hecho anteriormente.
Solo necesitaba recuperarme, estaba agotado, pero ellas recién empezaban, se desentendieron de mí, y a un lado de la cama empezaron a besarse con locura, se comían las bocas, se acariciaban las tetas, sus manos perversas se recorrían mutuamente y los gemidos de dos mujeres en celo llenaron de gozo mis oídos, de repente una estaba sobre la otra, invertidas, dándose mutuamente sexo oral, Ana por debajo, Mirna arriba, el hermoso culo de Mirna me podía y solo observaba como Ana le comía la conchita, yo quería de eso, fui a sentir su sabor, los jugos de una, los jugos de la otra, los labios de la vagina de una, los labios de la boca de la otra, fue muy rico, muy sabroso. Luego fui a chuparle el culito, directamente el esfínter, ella, por un lado, yo por el otro, y casi sin pensarlo, mi verga estaba dura nuevamente.
No hubiera sucedido ni en el mejor de mis sueños, pero se pusieron sumisas una a la derecha, otra a la izquierda, en cuatro patas, entregadas, y mientras se masturbaban cogí a una, luego a la otra, volví a la primera, y otra vez a la segunda, los gemidos alternados que les iba arrancando sonaban como melodía para mis oídos, algo mejor que una mujer en la cama? si, dos mujeres…
Me tocó el turno de recostarme nuevamente, Ana vino a cabalgarme, se comió toda mi verga nuevamente, pero Mirna vino sobre mi rostro, se sentó y ya pude ver poco y nada, casi que me obligaba a chuparle la concha y la otra me destrozaba la verga al otro lado, eran dos perras y percibía como ellas seguían besándose, probé los jugos de mi casual amante y me llené las manos con sus glúteos, seguían gimiendo en un concierto sinfín.
Mirna nos dejó por un rato, fue a revolver uno de sus cajones, Ana seguía moviéndose en una forma muy rica y creo que con su mirada disfrutaba como yo le acariciaba y le lamía las tetas, que ricas eran y ella en ese momento se sentía centro del universo.
A un costado, Mirna había sacado un arnés con una rica verga de juguete y terminaba de ajustarlo entre sus piernas y se preparaba para volver al juego
Fue por detrás de Ana, me guiño un ojo y entendí la jugada, Ana suspiró profundo y se relajó a medida que su culo recibía el juguete y se abría paso por detrás, por debajo, con mi verga en su concha casi no podía moverme, pero sentía esa presión extra sobre mi pene del consolador entrando y saliendo por el otro lado, tan cerca, tan lejos.
Ana se perdió en placer y Mirna pareció tener el control, una se apoyaba en la espalda de la otra y se las arreglaban para besarse, yo mismo le comía las tetas a Ana, luego llegaba a sus labios y para terminar Mirna era quien me terminaba comiendo la boca, así llegaría por segunda vez, en una noche de sexo que se me haría maratónica e inolvidable.
Lo increíble empezaría luego de esa noche, sin querer habíamos abierto las puertas del infierno y ese trío improvisado jamás volvería a repetirse, porque no había compromisos, no había amor, no había nada entre nosotros, o si?, o yo estaba equivocado?
Para mi habían sido dos perras calientes con la sola idea de divertirse, pero no sé, tal vez por ser mujeres las cosas para ellas eran diferentes.
Ana se mostró abierta a empezar una relación conmigo, sin Mirna, el principio de una historia de amor, aunque siempre le fui honesto y le dije que la apreciaba mucho, pero solo eso. Pero la enfermera de alguna manera solo trató de encerrarme, con palabras, con juegos, incluso provocándome con sexo a escondidas en el propio empleo, pero también echó a rodar indirectas sobre una supuesta relación que solo existía en su imaginación
Mirna tenía sus propias obsesiones, ella en cambio pareció buscar el amor de Ana, si, de mujer a mujer y ese trio solo había abierto las puertas a sus fantasías, fantasías que no eran correspondidas, y Mirna al ver como venían las cosas, notó en mi un enemigo, una competencia y jamás escuchó mi parte de la verdad, encantado de la vida le facilitaba su llegada a Ana, pero las cosas jamás serían como ellas lo habían imaginado, ni una, ni la otra.
En un abrir y ojos descubriría que mis mejores amigas se transformarían en mi peor pesadilla, una por no ser correspondida, otra por verme como competencia, discusiones, palabreríos, mentiras, golpes bajos y el ambiente de trabajo se transformó en una pesadilla.
Habían pasado tres años y llegaba la posible renovación del contrato, pero entendí que era hora de cerrar un ciclo, para mi bien, para el de Ana, para el de Mirna, solo fue cuestión de analizar las otras ofertas que tenía sobre la mesa y elegir mi camino.
Nunca volví a cruzármelas en la vida, pero siempre uno queda pegado a todas esas historias, supe que Mirna dejó la empresa poco tiempo después que yo, encontró una chica a su medida y pareció definir sus preferencias, Ana sigue siendo la enfermera del lugar, intentó rearmar la historia con su ex, pero volvió a fracasar, sigue sola, esperando un hombre a su medida, y yo, bueno, yo escribí bastante, es hora de relajarme, mi bajo me mira desde el rincón y me invita a cerrar la historia con un tema de Led Zeppelin
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Imagen únicamente de caracter ilustrativo para este relato erótico…
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