Mi historia empieza en plena adolescencia, en mis días de estudios secundarios, en esos días del florecer sexual. El colegio ‘General Escobar’ era una casa de estudios para clase media y clase baja, eran esos colegios donde caíamos todos los revoltosos, los que no nos gustaba estudiar, los repetidores, los expulsados de otros sitios, los que no tenían otro lugar donde ir, en resumen, el sitio donde estudiaban los chicos que no tenían un futuro.
En esos días teníamos uniforme, pantalón azul y camisa celeste los chicos, pollera azul y camisa blanca las chicas, ambos uniformes se acompañaban con corbata también azul, la que siempre estaba mal anudada o corrida de lugar producto de nuestra rebeldía.
La mitad eran varones, la otra mitad niñas, recuerdo que nosotras día a día acortábamos el largo de las polleras, que debían ser a la rodilla y terminaban siendo mini faldas que traían continuas y repetidas discusiones con los directivos de la institución.
Marcela era mi amiga del alma, dueña de mis secretos, nos llamaban ‘las chicas toxicas’ porque fuimos las primeras en ser suspendidas por encontrarnos escondidas en el baño fumando marihuana.
Éramos terribles, nos gustaban muchos los chicos y estábamos llenas de fantasías, nos contábamos todo y jugábamos a ser lesbianas, era solo un juego porque sabíamos que a los chicos le gustaba eso y nunca dejábamos saber si realmente lo éramos o solo lo hacíamos para el morbo masculino.
A mí me excitaba jugar ese juego, sus labios me sabían dulces y sus besos de mujer me hacían estremecer.
Nos gustaba desaparecer de la multitud, íbamos a un pequeño bosque lindero, nos desnudábamos y como un juego nos masturbábamos a un metro de distancia, mirándonos mutuamente, compartiendo fantasías, llegando a orgasmos increíbles, era lo más, tocarme mientras observaba como ella se tocaba, una costumbre que perduraría en el tiempo.
Cada año, al empezar los estudios era normal que muchos ya no estuvieran, y muchos nuevos llegaran, en el cuarto año un chico alto, de lentes y cabellos endemoniados aparecería en nuestras vidas, Lautaro, un joven gay cuya homosexualidad le brotaba por los poros, debía repetir año, venia de un colegio que era solo para varones, donde era molestado permanentemente por su condición, lo que hoy en día llamamos bullyng, tenía problemas de conducta y un enojo natural contra el mundo, con el tiempo nos confesó que sus padres lo habían cambiado a un sitio donde hubiera chicas para que no se sintiera peor que nada.
Pero si sus papitos habían imaginado que el colegio General Escobar era el sitio para alejarlos de sus demonios, pues había sido un error, habían metido a su hijo en el lugar más podrido del mismo infierno.
En poco tiempo Lautaro fue apartado del círculo de varones como si tuviera lepra, era centro de todas las burlas imaginables, y los llamaban ‘cuca’, de cucaracha y su sitio estuvo entre nosotras, las chicas.
Él fue una más de nosotras, y sentí un apego especial hacia él, tal vez por lástima, es cierto, pero me molestaba la forma en que se metían con él, porque más allá de sus preferencias era un chico noble y de buen corazón.
Hoy recuerdo esos días con una sonrisa en mis labios, Lautaro se había transformado en nuestro payaso, siempre al medio de nosotras, lo agarrábamos entre todas y jugábamos a pintarle los labios, a probar maquillajes, pelucas y él estaba en su clímax, sabia más de tampones que de pelotas de futbol.
Toda una locura, incluso venia al vestuario de chicas y no había ningún pudor en que nos viera en ropa interior, como si nada, sin imaginar en ese momento como terminaría la historia.
En los últimos días de estudios secundarios salí en su defensa, Lautaro usaba uñas largas pintadas de negro, su cabello estaba largo y se delineaba los ojos también en negro, cuando llegué al salón eras centro de humillaciones y él estaba en silencio con la mirada baja, rendido, los increpé con furia incontenible, les dije que no lo molestaran, que eran unos cobardes, pero solo recibí sarcasmo como respuesta. Fui por Marcela, la tomé con fuerzas por su corbata y la atraje a mi para darle un terrible beso en la boca, profundo mortal.
Entonces si todos los chicos se olvidaron de Lautaro y empezaron a silbar de esa forma que solo los hombres pueden hacerlo.
Los mire desafiante y volví a la carga, que era lo que tanto los calentaba ver a dos mujeres besándose y que era lo que tanto les molestaba que Lautaro fuera como era, si en el fondo, la homosexualidad era lo mismo, para hombres y para mujeres.
Esta vez no hubo respuestas, las voces se acallaron y los machos ya no fueron tan machos, cada uno siguió con sus cosas y sin proponérmelo, ese día había ganado el corazón de Lautaro, como amiga, sí, pero como nadie lo había conseguido.
Habían terminado nuestros estudios secundarios, mi vida era un desastre, a medio camino entre la prostitución, la drogadicción y el alcoholismo, Marcela era la única balsa que me mantenía a flote, nuestros juegos eróticos y sexuales me daban los pocos momentos de felicidad que me impedían ver todo negro. Besos a escondidas, juegos lésbicos, masturbaciones excitantes, ella era lo único que saciaba mi vida de mierda y ella sabía cómo estaba, como vivía, como sentía.
Una mañana, nos habíamos masturbado bajo la ducha, en su casa, y después del juego me dio un consejo, sabía que Lautaro, nuestro amigo gay se iba de la ciudad, a una ciudad bastante más grande, a unos cien kilómetros de distancia, a estudiar veterinaria, me dijo también que sus bolsillos estaban sin monedas y que andaba buscando alguien con quien compartir gastos, pero claro, quien querría compartir departamento con un chico gay, y me aconsejo que hablara con él, para empezar una nueva vida, de cero, limpia, de cuerpo y alma, antes de que fuera demasiado tarde.
Las cosas solo se dieron, Lautaro estaba en deuda eterna conmigo, era casi la única que había hecho su vida al menos soportable, y juntando mis pocas monedas con las suyas hicimos un proyecto en común, partimos con los bolsillos llenos de ilusiones.
Nos alcanzó apenas para alquilar un departamento modesto de un dormitorio, fue muy caballero y me lo dejo para mí, mientras el improviso una cama en el pequeño comedor, habían empezado mis días de convivencia con mi amigo gay.
Él consiguió un empleo decente para lavar coches en una estación de servicios y después de un tiempo me ayudo para que me dieran una oportunidad a mi para expender combustibles, la paga no era mucha, pero al menos nos permitía vivir con decencia, alejada de mis vicios.
Vuelvo a sonreír cuando recuerdo esos días de convivencia, nuestro departamentito era demasiao pequeño, me divertía provocándolo, paseando en sus narices en ropa interior, a veces solo en tanga, con mis tetas al aire, desafiándolo, diciéndole
Algún día te voy a obligar a que me cojas, aunque no quieras…
Él había comenzado a estudiar, y había conocido a un chico, así que me pidió dividir los días para tener un poco de privacidad, él se quedó con los pares, yo con los impares, solo había que avisar, él me decía.
Mañana viene Quique – y yo ya sabía que debía ir por ahí de paseo
Por mi lado no había sexo, estaba en un momento de cambios y no quería ser más la putita que había sido, mi placer era apenas conectarme con mi notebook con Marcela, solo para chatear un rato, contarnos nuestras historias y cuando se daba, provocarnos, endulzarnos y masturbarnos a través de una pantalla, era todo muy erótico, a veces hablábamos de penes, a veces ella me mostraba su nueva lencería, a veces yo le mostraba mi conchita depilada para ella, a veces jugábamos con enormes consoladores y a veces…. a veces nos excitábamos con nuestro amigo gay, yo le contaba como lo provocaba, y ella me decía que me cuidara, que algún día él me iba a coger y seguro tendría buena verga, como todos los chicos gays.
Las cosas cambiarían sin quererlo, una noche de primavera, paseaba por las calles céntricas, él me había dicho que estaría con un chico y bien, era parte de lo pactado. De repente el viento cambio, se armó una tormenta que no estaba en los planes, la temperatura bajo notoriamente y las primeras gotas de un chubasco inminente cayeron desde el oscuro cielo.
Volví al departamento, sabía que no era momento, hice ruidos adrede al abrir la puerta, deje las cosas sobre la mesa y tire las llaves al piso para hacer notorio mi regreso, todo estaba apenas iluminado por las luces de la calle, pero se notaba la luz del velador del dormitorio encendida, fui con sigila, con curiosidad, con morbo, con intriga.
Llegué al borde de la puerta tratando de pasar desapercibida en la oscuridad, Lautaro estaba sentado al borde de la cama, con sus piernas abiertas, un rico moreno de amplia espalda y cabeza rapada estaba a sus pies, le daba una rica mamada y la verga de mi amigo se veía gigante, antojable, la imagen era muy rica, pasaron unos minutos, el moreno se la comía con devoción y yo empecé a sentir mucho calor subiendo por mi cuerpo, mis pezones se pusieron duros y mi tanga comenzó a humedecerse.
Lautaro miraba fijamente hacia donde yo estaba parada, adivine que él sabía que estaba oculta observando todo, una sonrisa perversa se dibujaba en sus labios y yo solo apretaba con fuerzas mis piernas, pero era muy fuerte, mis dedos inquietos se deslizaron lentamente bajo mis ropas, yendo desde mi vientre hacia el sur, a mi tanga, mientras ellos seguían en lo mejor de esa mamada.
Mi mano derecha estaba apretando mi clítoris en forma frenética, mis dedos se patinaban por lo mojada que estaba, mi mano izquierda apretaba mis pechos por encima de la ropa, y Lautaro seguía en su juego. Lo vi tomar por el brazo al moreno y llevarlo a su encuentro para darle un interminable beso en la boca, muy caliente, demasiado.
Lo hizo sentar al borde de la cama, donde él estaba, Lautaro entonces fue a sentarse arriba de él, dándole la espalda, dándome el frente, lo hizo lentamente, pude observar como la verga de su amante poco a poco era devorada por su ano goloso, empezó a moverse arriba abajo una otra vez, sus gemidos llegaban a mis oídos y me mordía los labios para no emitir sonidos, el moreno paso una mano por delante y mientras se la daba por el culo solo lo masturbaba en una forma muy rica para mis ojos.
Lo vi acabar, nunca lo había hecho, el semen salto con fuerza de la pija de mi amigo gay y automáticamente yo también llegué al final, con espasmos al borde de lo imposible, mis dedos enterrados en lo profundo de mi huequito, empapados en mi almíbar.
Les deje seguir, volví al comedor, deje todas mis ropas de lado, apenas me quede en tanga, con los pechos desnudos, adrede, tome mi móvil y solo no pude evitar chatear con Marcela, para contarle todo lo sucedido.
La conversación con mi amiga del alma se tornó caliente, ella quería saber todos los detalles, como era la verga de Lautaro y nuevamente me advirtió que no jugara esos juegos peligrosos, Lautaro, a pesar de ser gay era hombre y en todos esos intercambios de palabras volvimos a masturbarnos como nos gustaba hacer, solo seguí hasta quedarme dormida.
Al día siguiente Lautaro y yo no hablamos mucho de lo que había sucedido, era como mantener el statu quo, el sabía, yo sabía, pero era mejor no agitar las aguas, éramos amigos, habíamos compartido todo, demasiado, me había visto casi desnuda millones de veces sin incomodarme, pero a pesar de todo, ahora sentía que él, era hombre…
Seguimos adelante, y poco a poco lo sucedido esa noche quedo en un peligroso silencio de palabras no dichas.
Habían pasado dos meses, martes trece, día impar, mi día, le dije que necesitaba unas horas para jugar con Marcela, las reglas de privacidad se seguían respetando.
Ese día había tenido una jornada especial, tal vez mis hormonas, tal vez la abstinencia de hombres que yo misma me había impuesto, tal vez los juegos con mi amiga, tal vez un poco de todo. Terminé mi jornada en la estación de servicios, mi amigo aun tendría unas horas por delante, así que volví con premura al departamento, mirando la hora puesto que Marcela era muy puntual.
Me quedé casi desnuda, apenas una tanga pequeña en color negro que se perdía entre mis nalgas, descalza, con mis pechos al aire, sabía cómo jugar el juego.
Puse la notebook al final de la mesa, me arrodillé en una silla y recosté mi vientre y mi pecho sobre la misma mesa, busqué que ella viera mi rostro en primer plano, pero también mi espalda y mis grandes glúteos en una postura provocativa, nos conectamos y me puse mis headphones para hablar con ella, como siempre lo hacía.
Ella estaba sentada en una silla, con sus piernas un tanto separadas, en tanga blanca y los pechos apenas cubiertos por una bata traslucida, empezamos a jugar con las palabras, como siempre lo hacíamos y sin proponerlo la conversación se fue para al lado de Lautaro, de su sexualidad, de mi relación con él, de mis cruces diarios, ser mujer y compartir el departamento con un hombre que no se porta como tal, todo eso me fue encendiendo.
Todo iba de maravillas en nuestro habitual juego de chicas, pero no estaba en mis planes que en ese momento la puerta de ingreso se abriera, Lautaro nos sorprendió y desde su punto de vista la imagen que recibió fue mi generoso culo en cuatro, lo miré de reojo con un dejo de picardía, me gustaba provocarlo sabiendo que era inofensivo.
Marcela se reía a carcajadas, por la cam de mi notebook podía ver todo, volvió a decirme
Ese chico te va a coger si lo sigues provocando…
Claro, por los headphones, Lautaro no pudo escucharlo, pero si escuchó lo que yo le respondí a Marcela
No te preocupes, lo tengo bajo control, a Lautaro mi cola no le mueve un pelo de su piel…
Lautaro miró, me miró con un tanto de enojo por mis palabras, yo me reí por dentro y Marcela me decía a los oídos que estaba jugando con fuego, sabía que mi culo se veía imponente a los ojos de mi amigo gay y él parecía confundido, sin entender cuanto era juego y cuanto no.
Lo sentí venir por detrás, escapó de mi vista, pero Marcela era mis ojos por la cam y me contaba lo que estaba sucediendo, me dijo que me miraba el culo mordiéndose los labios, yo solo me reía y todo me daba demasiado morbo.
Sentí los dedos inquietos de mi amigo jugando en mi tanga, de una forma peligrosa, yo ni siquiera volteé, solo lo dejé hacer y sentí mojarme, los ojos de Marcela estaban enormes y me seguía advirtiendo lo que sucedería, Lautaro dijo
Tan segura estas de que soy inofensivo?
Era todo muy morboso, el hizo la tanga a un lado y sus dedos llegaron a mi esfínter, empezó a ensalivarlos, más y más, jugando y jugando, lo deje hacer, me iba a romper el culo
Y como narrarlo, era una experiencia única, Marcela veía todo, era mis ojos, ella se estaba tocando con lo que estaba pasando, me llenaba los oídos con sus palabras, y solo yo podía escucharla, ella me narraba lo que estaba pasando, pero yo no podía ver lo que sucedía a mis espaldas, solo podía ver como ella se masturbaba, y por detrás Lautaro, el sí veía todo, pero sus oídos jamás escucharían una palabra de lo que yo estaba escuchando, un juego de sentidos vedados.
Lo sentí venir, la carne dura y generosa de mi amigo gay se introdujo poco a poco en mi ano, sentí dilatarme, y fue tan rico, tan dulce, comenzó a darme con rudeza, a nalguearme, y fue todo muy caliente.
Empecé a jadear en forma incontrolada, Marcela me llenaba los oídos, me decía si se sentía rico, que era una calienta pijas, y que la estaba calentando demasiado, veía como ella se metía sus dedos en su conchita y poco a poco naufragaba en sus propios gemidos, Lautaro me hacia la cola en una forma muy rica, muy frenética, mi clítoris aun cubierto por el frente de la tanga estaba pegado a la mesa y los empuje que el me daba desde atrás lograba que involuntariamente me estuviera masturbando con el solo roce de mi sexo sobre la madera, me acaricié con ternura los pezones y todo fue demasiado, donde pusiera mis sentidos había sexo, en palabras, en mis ojos, con Marcela, con Lautaro, conmigo misma…
Llegó entonces un increíble orgasmo de mi parte, sin siquiera tocar mi conchita, grité, e inconscientemente apreté una y otra vez con mi esfínter el sexo de mi amigo, él me retuvo con fuerza y solo me siguió dando hasta llegar al final, sacó su verga de mi culo y lo sentí llegar en la puerta, su semen caliente golpeó con fuerza la entrada y ese líquido pegajoso chorreó por mis entrepiernas, por mi conchita, por mi humanidad.
Había sido rápido, era una combinación muy potente para tomarla con calma, Lautaro estaba agitado y creo que en ese momento tomó real dimensión de lo que había hecho, incluso que nuestra amiga estaba al otro lado como espectadora de lujo.
Marcela también estaba al borde del colapso, pero no dejaba de repetirme que había sucedido lo que ella siempre me había advertido que sucedería y yo, yo seguía tirada sobre la mesa, jugando con el semen caliente que ensuciaba mi sexo, sintiendo cuan dilatada y adolorida había quedado.
Habría un antes y un después de ese día, las cosas jamás serían iguales entre Lautaro y yo, habíamos pasado límites que ya no volverían atrás, a pesar de saber que era gay inconscientemente empecé a sentir pudor, ya no era divertido pasearme desnuda ante sus ojos, ya no.
Fue el quien en algún momento tomo la palabra, tenía los mismos sentimientos que yo, incluso mostraba un tonto arrepentimiento, y me pedía disculpas, él no era así, a él siempre le gustarían los chicos y solo había sido un arrebato, una locura.
Había llegado el tiempo de separar nuestros caminos, una nueva perspectiva, un nuevo futuro.
Me fui por unos días a una pensión hasta poder arrendar un modesto monoambiente.
Sigo cruzando a mi amigo gay a diario, aun trabajamos en la gasolinera, platicamos como los mejores amigos que fuimos, somos y seremos a pesar de lo sucedido, está por terminar sus estudios de veterinaria y planea volver a nuestra querida ciudad, se escribe con un chico, dice que están muy enamorados, y soy muy feliz por él, Marcela está un poco perdida también, su camino se cruzó con un tipo con dinero y ahora es toda una señora, yo sigo gastando mi tiempo, alejada de mis vicios, pero sin saber qué hacer con mi vida, solo quería traerles esta historia, la historia de Lautaro, mi amigo gay.
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Imágen únicamente de caracter ilustrativo para este relato erótico…
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