A pesar del bullicio de la gente, se escucha con nitidez por los parlantes del aeropuerto la voz femenina anunciando el embarque para el vuelo hacia Barcelona. Mi princesa tiene lágrimas en los ojos, no quiere abordarlo, no quiere despedirse, pero sé que es lo mejor para ella, y ella también lo sabe, aunque pretenda no saberlo.
En el viejo mundo, mi prima y su familia la esperan para volver a empezar, para que ella se olvide de mí, y al fin encuentre a su príncipe.
Me da un último abrazo, me aprieta tan fuerte como puede, siento sus lágrimas humedecer mi camisa y aunque se lleve mi corazón roto con ella, fuerzo dulcemente la separación para que siga su camino.
La veo caminar resignada, voltea por última vez y me regala una sonrisa.
Me quedo solo, encerrado en mis pensamientos, los minutos pasan con extrema lentitud, miro por los ventanales del aeropuerto el avión blanco que la llevará a destino, la nave se mueve con lentitud hasta acomodarse en la cabecera de la pista y al final, cuando todo está listo, los motores parecen largar su furia y para empezar el carreteo final, se eleva, alto, más alto, mas, hasta perderlo de vista.
Vuelvo al coche, respiro profundo y resignado en el silencio de mi soledad, solo el ronroneo del motor me acompaña de regreso a casa, llego a un bar de paso, voy por una cerveza, me siento a un lado, contra la ventana, a mirar la nada misma y recordar lo pasado…
Tenía apenas diecisiete, pero parecía mayor, ella tenía veinte, pero parecía menor, nos cruzamos en un baile, en un boliche, Sandra me entró por los ojos y su dulzura me llegó al corazón. En esos días tenía unos pechos exquisitos, una cintura perfecta y un culito un demasiado exagerado que me enloquecía, yo era virgen, ella no, yo era inmaduro, ella no, yo era un tonto, ella no.
Pero Sandra no era una mala mujer, por el contrario, si bien el tema de la edad supuso un problema al principio, con el correr de los días lo tomamos como algo natural.
Hicimos el amor, luego nos enamoramos, y fuimos felices.
Ella era como la tierra, yo era la luna, ella era la dueña de mi vida y me sentía felizmente atrapado en su órbita.
Conocí a sus padres, a sus hermanos, a su familia, ella vino a casa, y conoció todos mis parientes, a papá le gustaba, me decía que era muy bonita para mí y que era un suertudo, mamá, por el contrario, no la veía con buenos ojos, no le caía en gracia. Ella decía que no era buena chica, que yo merecía algo mejor, que era una manipuladora y que tarde o temprano me arrepentiría de estar con ella. Esa situación me lastimaba un poco, era la chica que yo había elegido, y mi madre me ponía en una difícil situación, y tal vez fuera el hecho de sentirse un poco desplazada, puesto que Sandra, a sus ojos, le estaba robando su único hijo.
En esos días de noviazgo perfecto ella empezó a llamarme ‘rey’, era un tanto cómico y hasta me sentía estúpido, pero solo se dio, y si yo era su rey, pues ella sería mi reina. Y esos apodos que empezaron como un simple juego de tronos, se nos pegó de tal manera que se transformó en la forma de llamarnos en la intimidad, incluso por encima de Mauro y Sandra, nuestros nombres de pila.
Los fuegos de artificio se apagaron rápidamente, todo empeoró en la relación de parientes apenas ocho meses después, cuando Sandra, vino a mí con los ojos irritados de tanto llorar, tenía un atraso y había confirmado un embarazo no buscado, yo era tan joven que sentí que el mundo explotaba en mi cabeza, no tuve miedo, tuve pánico, pero a pesar del momento la abracé muy fuerte, besé su frente y le dije que todo estaría bien, entre reyes y reinas no habría problemas si estábamos unidos
Y así fue, de su lado y del mío, todos opinaron que un aborto era la mejor salida, en especial mi madre, que hasta en forma demasiado molesta sugería una y otra vez que esa criatura en camino tal vez no fuera mía.
Contra todos los pronósticos, decidimos seguir adelante, en un reinado de pobrezas, de problemas, de conflictos, solos contra el mundo. Conseguí un empleo, y trabajé duro, Sandra tenía algunos contactos en el gobierno y consiguió una casita humilde en un barrio para personas de bajos recursos, con un crédito blando a pagar en cuarenta años.
Nos mudamos a nuestro modesto castillo y cada noche, antes de dormir le acariciaba la pancita y veía como crecía lentamente.
Tenía fecha para fines de marzo, pero ella llegó el primero de abril, no teníamos nombre, así que solo la llamamos ‘Abril’
Abril fue la luz en nuestro hogar, y donde había un rey y una reina, ahora había una princesa.
Todo fue perfecto por los siguientes años, Sandra había conseguido un empleo en las oficinas del municipio y la pequeña Abril ya empezaba sus días de jardines de infantes, mi esposa la llevaba cada medio día y yo la pasaba a buscar la tardecita de regreso de mi empleo, cuando caía el sol.
Todos los días la llevaba a casa caminando, montada a caballito en mi espalda, ella me decía rey, yo le decía que era mi princesa y le contaba cuentos de caballeros y dragones.
Y todo lo perfecto daría un vuelco en un abrir y cerrar de ojos.
Una tarde al llegar a casa, había un silencio llamativo, Sandra no estaba, así que bajé a la princesita quien fue corriendo a buscar sus muñecas y solo me encontré con una nota sobre la mesa.
No fue fácil seguir sus letras, incluso me costó llegar al final.
Yo era la luna, ella era la tierra, pero Sandra había encontrado a su Sol, y ya…
No daba muchas explicaciones, pero solo pedía perdón una y otra vez, me decía que cuidara mucho a nuestra hija, y que solo no había podía evitarlo.
Me senté a llorar como un chico al borde de la mesa, había muchas historias de padres que dejaban su familia y algunas pocas de que fuera la mujer que lo hiciera, y justo me tocó a mí, es que ella era madre, no me entraba en la cabeza, tanto se podía calentar con una verga para dejarlo todo atrás? Me sentí un tonto, jamás lo vi venir, cornudo, incluso vinieron a mi cabeza las advertencias de mi madre y solo acentuaron mi dolor
Abril me sorprendió con su inocencia sin entender que pasaba, con ‘panchito’, su amado muñeco de trapo a la rastra en una mano, mirándome, pasando sus deditos por mis lágrimas dijo
Que le pasa a mi rey que está llorando? se siente triste?
Solo la abracé con fuerzas, con muchas fuerzas, y sentí nuevamente esa sensación de sofoco que había sentido cuando me había enterado del embarazo.
Solo seguí adelante, el rey y su princesa. En los primeros días mis padres me ayudaron, pero la situación era demasiado compleja, horarios, responsabilidades, una cosa, la otra. Hablé con mi patrón, sabía mi situación, no podía seguir trabajando con ellos y necesitaba arreglar una salida con algo de dinero, como una indemnización por los años trabajados. Enrique era un buen hombre, y me dijo que me entendía, pero yo sabía que la empresa no andaba nada bien, cosa que era verdad, que no tenía mucho dinero que ofrecerme, pero si podría ayudarme de alguna otra manera para que yo me estableciera.
Así fue, el me ofreció mano de obra y alguna que otra mercadería, en pocos meses había agrandado una habitación disponible, había puesto estanterías, mostradores y mercaderías, y al fin abría al público el almacén de ramos generales ‘La Princesa’, el único nombre que podía ponerle.
Y las cosas cambiarían, trabajando desde casa, siempre para ella, para mi princesa
Abril pasó a ser la niña traviesa que me robaba dulces a escondidas a la compañera de rutinas en el negocio, creció tan rápido que casi no pude darme cuenta, ella con gusto era mi par en el trabajo, una profesional, tan aplicada como su padre y tan bonita como su madre. Empecé a notar con recelo como algunos niños del barrio venían a comprar cualquier cosa con tal de establecer un diálogo y creo que entendí un poco lo que había sentido mi madre cuando conoció a Sandra, era cómico, las cosas cambiaban tan rápidamente y ahora era yo el que estaba en el otro extremo de la cadena.
Llegaron sus quince, y yo no podía costearle una gran fiesta, ni un gran regalo, pero hice lo mejor que pude. Le regalé un pijama de remerita y un short en licra, ajustadito al cuerpo, en color rojo con miles de caritas de Krusty el payaso, era adicta a Los Simpson y dentro de mis posibilidades fue lo mejor que pude optar.
Era muy sencillo, muy nada para los quince años de una princesa, pero para Abril fue el mejor regalo del mundo, ella era consciente de todos los sacrificios que hacíamos para seguir adelante.
Por la noche, antes de ir a la cama me mostró como le quedaba, un tanto holgado, ya se notaban sus incipientes pechos y era evidente una culoncita en potencia, como era su madre.
Sol le di un beso en la frente, como cada noche, apagué la luz de su cuarto y fui al mío.
Las agujas del reloj siguieron girando, estaba pisando los cincuenta casi sin darme cuenta, apenas un pestañar, apenas un suspiro, Sandra era un vago recuerdo en mi pasado, la mujer que había amado, la única, había tenido algunas aventuras, pero solo eso, mi vida, mi corazón, todo lo que era, absolutamente todo lo había dado por mi princesa. Ella estaba grande, madura, como esa fruta a punto de caer del árbol, con su mayor esplendor, me recordaba tanto a su madre, esos hoyuelos que se marcaban en su rostro cuando reía, las marcas que se hacían en su ceño cuando se enojaba, su manera profunda de mirar, su carácter curioso y su voz ronca en demasía.
Sin dudas la princesa era una copia de la reina y solo me quedaba observándola en silencio.
Estaba por cumplir veinte, ella dormía cada noche con su amado pijama de Krusty el payaso, un poco por amor, un poco en eterno agradecimiento, pero ya estaba descolorido, el rojo era rosado, la tela parecía rasgada y algunas costuras estaban al límite de su resistencia, ya no le quedaba como a los quince, le calzaba por demás de justo y sus pechos se dibujaban bajo la tela y sus pezones sobresalían como botones amenazantes, su sexo se marcaba en forma prohibitiva y sus exagerados glúteos no alcanzaban a ser contenidos en su totalidad, escapando por debajo, dejando a la vista el final de los mismos y el comienzo de sus morrudas piernas.
A ella no le avergonzaba andar así delante de su padre, de su rey, era cierto, era mi princesa, mi dulce pequeña, pero también era mujer, y yo tenía ojos de hombre y no podía evitar que pensamientos morbosos deambularan por mi cabeza. Además, me recordaba demasiado a su madre, mi reina
Veintiuno de marzo, terminaba un verano lluvioso en extremo para dar nacimiento a un nuevo otoño. Esa noche, como cada noche, después de cerrar el negocio, nos bañamos, yo fui primero, luego ella, preparé la cena y nos sentamos como siempre lo hacíamos, yo a la cabecera y ella a un lado, con su pijama, preparada para ir a la cama, con sus cabellos aun húmedos chorreando agua por la reciente ducha.
Cenamos casi en silencio, y después charlamos en sobremesa, me contó un poco como iban sus estudios de veterinaria, yo le saqué el tema de sus príncipes, porque era demasiado llamativa y seguro tendría algún que otro noviecito revoloteando, pero ella siempre me evadía y me salía con una frase armada de que mientras hubiera un rey no habría príncipes. Ella volvió a desviar la conversación y me pidió que le contara cosas de su infancia, cuando era pequeña, sobre mamá, que sentí yo cuando nos dejó, porqué la había abandonado a ella y demás cosas que ya habíamos hablado en miles de oportunidades, pero que siempre retomábamos para revivirlas en forma infinita.
Era tarde, mi segundo café se había enfriado en el pocillo y decidimos ir a la cama, pasamos por turnos al baño y nos despedimos como siempre lo hacíamos.
Aun no me había dormido cuando una fuerte tormenta se desató de la nada, con truenos estridentes, relámpagos tenebrosos y un fuerte viento que hacía silbar cada rincón de la casa
En esos momentos la silueta de mi hija se dibujó bajo el umbral de la puerta, me dijo que tenía miedo, nunca le habían gustado las tormentas, y menos una como la que se presentaba esa noche, le dije si quería dormir a mi lado, como cuando era pequeña, la cama matrimonial era enorme para mí solo, y como siempre lo había hecho, vino corriendo a tirarse a mi lado, a abrazarme fuerte.
La envolví con mi brazo derecho y solo me quedé acariciando sus largos cabellos, Abril poco a poco se tranquilizó hasta quedarse dormida.
Fue muy paternal, cobijarla, contenerla, sentir su respiración relajada en medio de la bravura de la tormenta, solo seguí acariciando sus cabellos hasta que el sueño me venció.
Al despertarme, en esos momentos de no entender nada de lo que pasaba, en esos minutos de ubicarse en tiempo y espacio, ella seguía acurrucada a mi lado, y los dedos de mi mano derecha dibujaban con inconciencia las líneas de su pequeña tanga, en el límite de la tela y sus glúteos. Ahí me di cuenta que no tenía la parte de abajo del pijama y solo la retiré con el espanto de lo prohibido, pero ella, que recién se despertaba, me dijo que la siguiera acariciando, que estaba grandecita ya para Krusty y era hora de cambiar.
Quise detenerla, pero ella avanzó sobre mí, desnudando sus pechos para apoyarlos en mi piel, sentía sus pezones pegados a mí y largué un suspiro contenido.
Como todo hombre, había amanecido con la verga dura, y ella lo había notado, llevó su mano y empezó a acariciarme sobre el slip, muy suave, muy lento, de esa forma que no quieres avanzar, pero no puedes detenerla, nuestras miradas se cruzaron, Abril fue por debajo de mi ropa interior y sentí el fuego de sus manos quemar mis testículos.
Siguió frotando suavemente, con su mano libre termino por desnudarme y mi sexo duro, con mi glande expuesto quedo prisionero de sus caricias.
Ella solo siguió lentamente, con ambas manos, muy suave, muy rico, iba por mis bolas, por mi tronco, sus ojos ya no hacían contacto visual con los míos, ahora miraba extasiada la punta de mi pija, esperando el ansiado disparo.
Cerré los ojos, no podía resistirlo y en mis pensamientos se mezclaban las imágenes de mi princesa con la de mi reina perdida, era obsceno, era impropio, me sentí venir en un profundo orgasmo, basta, no puede decir basta.
Mi respiración estaba agitada, cuando abrí los ojos toda mi verga y sus manos estaban llenas de mi semen, y ella se lamia una como una gata, excitada, caliente, averiguando de que se trataba el juego.
Vino sobre mí, a cabalgarme, una pierna a cada lado, nuevamente hacíamos contacto visual, mi verga seguía dura y solo se la metió lentamente, su cara hizo un gesto de contenido dolor y se mordió su labio inferior, suspiro, intente detenerla diciéndole
Basta princesa, esto está muy mal.
Pero ella solo se dejó caer un poco hacia mi lado, para decirme casi en un susurro.
Sabe mi rey que esta princesa jamás tuvo un príncipe?
Era una locura, estaba desvirgando a mi propia hija, pero ella seguía adelante, una locomotora sin control, su sexo húmedo se deslizaba una y otra ven envolviendo al mío, sus gemidos contenidos endulzaban mis oídos, sus pezones estaban duros y marcados en sus pequeños pechos, se inclinó un poco para que los lamiera y me supieron a lamer un pecado, ella arqueaba una y otra vez su cintura para lograr una penetración profunda, y alternaba sus tetitas entre mis labios, mis manos acariciaban sus nalgas y no pude evitar la tentación de llevar mis dedos desde su húmeda conchita a su virginal esfínter.
Ella llevo su mano entre su pubis y el mío y se acarició con frenesí, más fuerte y más fuerte movía sus caderas, y más se colaba mi dedo mayor en su recto, me sentí venir por segunda vez, y ella también lo noto, por lo que casi implorando me dijo envuelta en extrema excitación.
Esperame! lleguemos juntos…
Grito, grito en demasía, con la furia de su juventud, al mismo tiempo que mi semen llenaba toda su caverna de amor.
Pareció desplomarse entonces sobre mi pecho, tomo unos segundos y avanzo nuevamente sobre mi posición, sentándose sobre mi rostro, con su concha toda abierta, para que se la lamiera profundo mientras ella no dejaba de acariciarse los pezones en una forma muy sexi, ella me regalaba una mezcla de sabores producto de la sangre de su primera vez, sus jugos de mujer y mis jugos de hombre
Tu princesa es toda una puta! te gusta mi rey?
Esas palabras congelaron mi corazón y bloquearon mis pensamientos, ella era mi princesa, mi hijita querida! cómo que ‘era una puta’?
La saque molesto de donde estaba, ella pareció no entender, las sábanas blancas estaban manchadas en un rosa sanguinolento de su himen perforado, que había hecho, qué diablos había hecho?
Abril miraba dolida a un costado, como esa mascota a la que se castiga y no entiende el motivo, algunas lágrimas rodaban por su rostro y me dijo
Papa – ella nunca me llamaba de esa manera – fue mi primera vez, mi soñada primera vez, fue hermoso, con el hombre que siempre quise hacerlo, por favor, no lo arruines…
Tuvimos que sentarnos a hablar como adultos, aunque para mi ella siempre seria mi pequeña, no podíamos ser solo amantes, pareja, era insano, pero Abril parecía no entrar en razón, ella parecía haberse enamorado de su propio padre.
Arme el plan en mi mente, mi prima de sangre vivía en España desde años atrás, y la distancia entre el rey y su princesa sería el único remedio posible a tal cruel enfermedad
Miro el reloj, el jet debería estar ya por hacer escala en Brasil, se hace tarde, pago la cuenta de las dos cervezas consumidas en el bar, me ayudaron un poco a ahogar mis penas. Subo al coche, como si estuviera en piloto automático navego con una herida dolorosa en medio del corazón, apenas unas horas y ya la extraño a morir.
Llego a casa, la caída del sol me sorprende y más aún notar la luz encendida, seguramente con los preparativos de la partida había omitido apagarla.
Pero me pongo en alerta, no solo la luz esta encendida, también se escucha un tema lento sonando en la radio.
Abro con cautela, con recelo, con intriga, flanqueo la puerta, cierro tras mis pasos.
Avanzo, tras el marco de la puerta del dormitorio esta ella, descalza, con sus cabellos batidos, en una posición muy sexi, con su pijama descolorido del payaso Krusty, demasiado mujer, demasiado perfecta, me quedo observando, sin saber que decir, que hacer, como actuar, ella se ríe en forma de pecado y me dice:
Lo siento, no pude subir al avión, tardaste demasiado, y te lo dije, mientras exista un rey, en mi reinado no existirán príncipes…
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Imagen únicamente de carácter ilustrativo para este relato erótico…
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