Relato porno de sexo con mi ahijada por lo cual solo pido perdón

Perdón… perdón Sandra, amada esposa, por engañarte, porque fuiste la mejor, porque fuiste incondicional, porque nunca me harías daño, y sin embargo te fallé

Perdón… perdón Mariano, hijo del alma, es comprensible que estes del lado de mamá, en tu lugar haría lo mismo, solo quiero que sepas que te amo

Perdón… perdón Andrea, mi princesita, mi muñequita, no sabes cuanto me duele que me ignores, que no me dirijas la palabra, solo duele muy en lo profundo

Perdón… perdón Roque, hermano del alma, aun no puedo creerlo, parece mentira, se cuánto pusiste en mis manos y se cuánto te he desilusionado

Perdón… perdón a todos, padres, parientes, amigos, a todos y cada uno que he molestado, no quiero justificarme, ni pido que no me odien, solo pido perdón

Es que el corazón no entiende de razones, de pensamientos, de lógicas. El corazón se mete en laberintos sin salidas, se empecina, se obsesiona, solo… solo se enamora…

Y en tu cabeza sabes que no está bien, que cada día juegas a la ruleta rusa como un tonto apostador, y sabes que solo tienes dos caminos, o lo detienes, o sigues adelante, asumiendo que cualquier día, al gatillar saldrá el disparo que terminará la historia de todas maneras.

El año 2003 parecía ser un buen año, mi emprendimiento personal daba sus primeros frutos y me alegraba de haber dejado mi empleo anterior, empezaba a ser dueño de mi propio destino, Sandra, mi esposa tomaba la docencia oficial en un colegio de la zona y al mismo tiempo me anunciaba su segundo embarazo, la pequeña Andrea estaba en camino, y tal vez lo más importante, Roque, mi hermano mayor era padre.

Había llegado Milagros, una beba hermosa. Roque y su mujer habían estado realizando tratamientos para quedar embarazada, y después de muchos fracasos, cuando estaban bajando los brazos, cansados por el paso del tiempo, llegaría ella, y de ahí, ese nombre tan especial para la que sería su única hija.

La familia de mi cuñada era demasiado creyente y habían arrastrado a mi hermano en esa fe, y tal vez solo por complacerlos acepte ser el padrino de bautismo de la pequeña Milagros.

Pasaron los días, vi sus primeros pasos, escuche sus primeras palabras, y me transforme para ella en padrino, así me llamaría en forma risueña, con mucho cariño, ella venia siempre corriendo a mi encuentro a abrazarme con mucho amor, se aferraba a mis piernas y siempre era la misma historia, se sentaba en mis faldas para que yo le leyera algún cuento.

Ella tenía uno favorito, se lo leí tantas veces que me lo sabía de memoria, Ricitos de oro, y empecé a llamarla Ricitos, asociando además, que ella tenía una cabellera rubia, larga y ensortijada.
Y solo ella me llamaba padrino, y solo yo la llamaba Ricitos.

El mundo siguió girando, mi cabello oscuro empezó a ponerse gris, llegaron mis lentes de aumento y mi pequeña barriga, ella creció, y la flaquita patas de alambre, desgarbada y de cachetes sucios con tierra, esa nenita caprichosa que se la pasaba haciendo berrinches, se había transformado en una hermosa señorita, con un cuerpecito demasiado armónico y bien formado, con una cinturita entallada, unos pechos turgentes y una colita respingona.

Me avergonzaba a mí mismo al sorprenderme mirándola como un hombre mira a una mujer, y a pesar de que se habían terminado los días de cuentos infantiles sobre mis faldas, lo cierto es que Ricitos me seguía tratando con la misma inocencia, con la misma dulzura y con el mismo amor que siempre había tratado a su padrino.

Es necesario en este punto reforzar el concepto, Ricitos no era una putita provocativa de las redes, ella era muy bonita, y hablaba con una dulzura y una delicadeza no habitual en estos días, ella te endulzaba los oídos con su voz calmada y armoniosa.

Fue su papá, mi hermano quien vino por ayuda, Milagros era una señorita muy bonita, pero no todo era perfecto en ella, Roque estaba preocupado porque no iba nada bien en el colegio, a ese paso a duras penas terminaría sus estudios secundarios y tampoco se preocupaba por conseguir un empleo, la vida de holgazana parecía quedarle bien y se preguntaba si yo no podía tenerla de empleada a medio tiempo, no importaba la paga, solo quería que ella ocupara su tiempo en algo decente, para que sea un poquito responsable y encarrilara su vida.

Ciertamente Roque me pegaba un golpe bajo, sabía que su tío preferido, su padrino, no podría negarse a darle una mano, a pesar de que en verdad yo no necesitaba a nadie en ese momento, tenía los empleados justos y contados con una mano.

Le dije que sí, era obvio, que empezara por la tarde, porque muchas veces me quedaba después de hora a terminar papeleos y trámites, aun cuando los empleados ya se habían retirado.
Y así fue como Milagros, entró en mi órbita diaria, y yo en la suya, cada tarde, todas las tardes, como mi secretaria personal.

Le advertí en ese primer día, que, durante las horas de trabajo, no habría ‘padrino’ ni ‘Ricitos’, nuestra relación debía ser meramente laboral, como jefe y empleada.

Las cosas parecieron funcionar, Milagros puso mucho empeño en aprender y al ser joven, realmente me ayudó mucho con la parte de tecnología y computadoras, ella hacía en un chasquear de dedos lo que a mí me llevaba demasiado tiempo, sabía que en verdad lo hacía por complacerme a mí, poco le interesaba la paga, o el empleo.

Y yo me fui perdiendo en ella, muchas veces la observaba a la distancia, todo lo quedaba bien, un jean gastado, una falda corta, una camisa multicolor, un top ajustado, ella impregnaba mi espacio con su perfume, ella me apuñalaba el corazón con sus sonrisas, ella me invitaba a pecar con sus miradas.

El paso del tiempo y la convivencia de cada tarde sería un peligroso aliado, muchas veces nos quedábamos después de hora charlando, solo ella, solo yo, le preguntaba por algún novio, porque estaba en edad y era demasiado bonita, pero ella me evadía una y otra vez, me juraba que no había nadie, pero que sin embargo a ella le gustaba alguien, pero no quería hablar del tema.

Y fue horrible para mí, porque me di cuenta que me estaba enamorando de la hija de mi hermano, y más de una vez, haciendo el amor con Sandra, mi esposa, cerraba los ojos e imaginaba que era a Ricitos a quien se lo estaba haciendo.

Esa tarde no sería una tarde más, cerca de las ocho de la noche poco a poco los empleados dieron por terminada la jornada, como era habitual, yo tenía algunas cosas por hacer todavía, como también era habitual, Milagros se acercó a mi oficina y me dijo

Dante, mi notebook está haciendo una actualización automática y no puedo apagarla, bajo hasta el kiosco por unos chocolates, quieres algo?

No, no… bueno, si, trame cualquier cosa para engañar al estómago – respondí casi sin pensar –

Ella pareció irse, pero volvió sobre sus pasos y me advirtió

¡Ah! tío… a propósito, no revises mis cosas, tengo cositas personales…

Entonces si se fue, la vi desaparecer por la puerta de ingreso.

Era obvio jamás me metía en las cosas de ningún empleado y si ella me había dicho eso era por una sola razón, porque quería que yo mirara.

Fui de fisgón, me aseguré que no hubiera nadie, levanté la tapa de su notebook, y ‘casualmente’ su perfil no estaba bloqueado, revisé con premura un par de archivos que estaban en ‘su escritorio’, y encontré un archivo de Word que supuestamente le estaba escribiendo a alguna amiga, hablaba de un amor imposible, de alguien muy cercano, de alguien que veía a diario, de alguien que conocía desde pequeña, de un hombre mayor, casado y con familia.

Respiré profundo y sentí una erección bajo el escritorio, maldición…

Relato porno de sexo con mi ahijada por lo cual solo pido perdónTambién encontré una carpeta de fotos en formato jpg, y en especial una donde estaba recostada, semidesnuda, muy erótica, con medias, ligas y un top en negro, abierta de piernas con una conchita muy deseable, con los pechos desnudos, preciosos, perfectos, con su rostro de deseo y su larga cabellera colgando de lado, con la perfección de sus curvas inocentes y de pecado, tomé aire, lo mantuve y lo largué con fuerzas, tuve la intención de quedarme con esa foto, un pendrive, pasarla por mail, o tomarle una foto con mi celular, pero no, no me pareció correcto…

Cerré los archivos, pero dejé la tapa abierta, ella quería que yo invadiera su espacio y yo quería que supiera que lo había hecho.

Pensé mucho esa noche, en la cama, en silencio, mientras Sandra dormía plácidamente, es que mi ahijada era toda una mujer, una hermosa mujer que se acercaba a los veinte años y me estaba volviendo loco, tenía que darle un corte a la situación.

Al día siguiente, Milagros llegaría a la oficina muy sensual, con sus ojos delineados, una camisa blanca muy entallada que transparentaba un sostén apetecible, con un par de botones desabrochados por donde podía verse el nacimiento de sus pechos en una forma muy marcada y sugerente, donde una cadenita de plata con la inicial M parecía divertirse al medio de ellos, además, una pollera de látex negra brillante, muy corta, muy adherida a su piel al punto de marcar las líneas de una pequeña tanga perdida en su trasero.

Perfumada, jovial, alegre, no había dudas que toda ella era un señuelo para mí, para cerrar la trampa, y era un bocado sencillamente irresistible.

Ese día no fue fácil, porque a pesar de que había otros empleados, para mi estábamos solo nosotros dos, y no me podía abstraer de su belleza, de su caminar, de sus palabras, de su innata provocación.

Cerca de las ocho de la noche, nuevamente a solas, esta vez, le pedí yo que se quedara, tenía que hablar con ella.

Cuando todos se habían ido, Milagros vino a mi oficina, con una sonrisa de oreja a oreja, esperando escuchar lo que imaginaba que le diría, pero en verdad ella no imaginaba escuchar lo que escuchó
Le dije que hasta aquí llegábamos como jefe y empleada, que las cosas no estaban bien, los números estaban en rojo y tenía que reducir costos, que no podía seguir pagándole, que había hecho una carta de recomendación, que le daría una jugosa suma como indemnización y que…

No podía seguir hablando montado en una ola de mentiras, se me anudó la garganta

Ella vino a mi lado, casi corriendo, con los ojos llenos de lágrimas, como cuando era pequeña y su padrino se transformaba en su héroe, se sentó sobre mi falda como solía hacerlo, y sus preciosos muslos desnudos quedaron en primer plano.

Lloraba como una chiquilla, desconsolada, y me decía casi implorando, abrazada a mi cuello.

No padrino… no… no me apartes… me encanta estar acá tu lado… puedo trabajar más, esforzarme más…no me importa la paga, puedo venir gratis hasta que las cosas mejoren…

Era una mierda, en esa situación ella estaba descontrolada, sin poder notar lo que yo notaba, su corta falda se había subido lo suficiente como para ver el frente de una preciosa tanga negra sobre su sexo, y que sus pechos agitados por la respiración parecían latir a la altura de mi cabeza, y solo ya no pude más…

Llevé mi mano derecha entre sus piernas, a refregar directamente el frente de su tanga, sentí el calor de su sexo en mi piel, enterré mi cabeza en el nacimiento de sus pechos, en ese hueco tan sexi que se les marca a las mujeres, y ella reaccionó en consecuencia. Sus piernas lentamente se abrieron a mi avance, Ricitos soltó un par de botones más, y sus tetas enmarcadas en su sostén, emergieron como dos pelotas, besé su cuello, volví a sus tetas, la tormenta de su llanto poco a poco fue cediendo, y sentí esos primeros gemidos tan sexis que escapaban de lo profundo de su ser.
Empezó a alentarme con palabras, a que siquiera, a que no parara.

Uno de sus pechos, por el movimiento propio de la situación, escapó indefenso de su prisión, una aureola marrón clara se confundía con el propio pezón, pasé mi lengua, una y otra vez y en cada recorrido ella exhalaba un suspiro

Levanté por detrás con mi mano libre la corta pollera, ella facilitó el acceso, sus enormes y preciosas nalgas quedaron desnudas a mis manos, para acariciarlas y llenarme de gozo, apenas tenía esa tanga enterrada en el medio, era muy sensual, la seguía masturbando con mi mano derecha, ella puso la suya sobre la mía y me acompaño en la rica masturbación, ya estaba inconexa, toda abierta, mis dedos se colaron en su hueco que rebalsaba en calientes jugos, gemía como perra, aceleré el ritmo, le mordí con dulzura su pequeño pezón, la sentí llegar, explotó gritando, ya sin poder contenerlo.

Entonces me besó, en el mejor momento, con su respiración agitada, sentí en mi boca sus labios, su lengua, su placer embriagante, ella se paró y le arranqué la bombacha, literal, la rompí entre mis dedos, completa, con locura, ella hizo a un lado las cosas que estaban sobre mi escritorio, se sentó sobre él y casi en forma exigente pidió.

Cógeme padrino… cógeme toda, hace tiempo tengo este deseo, y ya no puedo evitarlo…

Estaba toda abierta como una flor de primavera, con su juventud, con su perfección, yo seguía aun sentado, pero aún no quería cogerla, a pesar de mi deseo y de mi dolorosa erección contenida.

Me acerqué, puse mis manos bajo sus muslos, para asegurarme de tenerla bien abierta, su concha hermosa me llamaba, y enterré mi cabeza en ella, Ricitos se retorció nuevamente de placer, y los bellos largos y enrulados de su pubis hacían juego con sus gordos labios perfectamente rasurados, bebí su néctar de mujer, su miel, recorrí cada punto de su femineidad, y cada vez que pasaba la punta de mi lengua por su inflamado clítoris parecía convulsionar en placer, se acariciaba las tetas, se apretaba los pezones, se mordía los labios, luego se los relamía, me encantaba…

Al fin llegó el momento tan esperado, me paré desnudé mi verga y se la metí toda por completo, sus facciones propias de ese dolor placentero me llenaron de gozo, me sentí resbalar en su interior, apretado, justo, y seguí y seguí, Ricitos tomó mis manos y las llevó a sus tetas, para que jugara con ellas, luego empezó a masturbar su clítoris y me balbuceaba para que no dejara de moverme.

Me sentí llegar, ella lo percibió, sus gemidos aumentaron notoriamente el volumen y la frecuencia y eso solo potenció mi propio orgasmo, se la llené toda, en lo profundo, mis jugos con los suyos.
Caí rendido hacia adelante, besé sus tetas, luego la besé a ella, su rostro era una juguetería, esbozaba una sonrisa, sus ojos irradiaban paz.

Volví a sentarme, cayendo en mi sillón, ella intentó incorporarse y su conchita empezó a escupir leche, nos miramos cómplices, nos reímos.

Milagros pasó al baño a higienizarse un poco, volviendo tiempo después, con la incomodidad notoria de tener una falta tan corta y ahora no tener ropa interior, se sentó a un lado, en una silla de oficina, relajada, con una pierna estirada y la otra recogida sobre él apoya brazos, apuntando directo a mí, para que viera su concha toda abierta, como la foto que había visto el día anterior, solo que ahora si, por primera vez, se veía muy puta, mi puta, entonces dijo algo que jamás hubiera esperado escuchar.

Padrino… sabes que fue mi primera vez?

Quedé atónito, balbuceante, aturdido, y solo provocó que, en ese anochecer, no solo tuviera la primera, sino también su segunda vez, y la tercera…

Y creció el amor, una locura, pero como dije, el corazón no entiende de razones, ni de edades, ni de lazos de sangre, éramos el uno para el otro y nuestro amor clandestino fue perfecto, sin retornos, sin vueltas atrás, y estábamos evaluando como lo haríamos público, mi divorcio, mis hijos, su familia, mi hermano, que era su padre.

Habría un detonante que nos obligaría a adelantar los pasos, un embarazo no buscado, recuerdo que Milagros lloraba muy angustiada, su mundo se venía abajo, solo la contuve, un tipo aplomado y con experiencia, debíamos afrontar el fruto de nuestro amor.

Hoy ella luce una panza hermosa, pronto seremos tres, desterrados del mundo, de nuestras familias, pero pago con gusto el precio, como en los viejos tiempos, ella se sienta sobre mis faldas para que le cuente historias de amor.

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Imagen únicamente de carácter ilustrativo para este relato érotico…

 

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