Me llamo Roberto, pero todo el mundo me llama Tito, pasé los cuarenta, en pareja, tres hijos con mi primera esposa, hace años trabajo en una empresa de camiones de transporte con destino a todos los puntos de mi país.
Físicamente estoy en depósito central, y soy encargado de todo lo referido a la logística, quien programa los envíos, quien recibe las mercaderías de nuestros proveedores, quien atiende los horarios de arribo y de salida de los camiones, quien coordina que cosa cargar en cada equipo, básicamente, un poco de todo.
Este depósito, es un gran galpón de unos trescientos metros cuadrados, al frente están las oficinas, donde se mueve todo el personal administrativo, atención al público, cobranzas, facturación, reclamos, una zona donde están concentrados los movimientos de papeles.
La parte central, y la de mayor dimensión, es la zona de cargas y descargas, la parte pesada donde se mueven los transportes, mercaderías, auto levadores, y demás cosas, en este sector el galpón tiene algunos accesos laterales de entradas y salidas de gigantescos camiones.
Al fondo, está el sector menos visitado, una parte de la nave destinada básicamente a depósito, donde se guardan mercaderías que casi no tienen movimiento, y objetos que los clientes rara vez solicitan pero que es imprescindible tenerlas disponibles, a veces son piezas importadas que no se consiguen localmente.
Bien, ese es el lugar donde paso muchas horas a la semana, donde me contacto a diario con un centenar de personas, parte de mi vida.
Y hay muchos servicios que están en manos de terceros, es decir, la empresa contrata a otras pequeñas empresas para atender asuntos secundarios, como ser la atención del comedor, sistemas, transporte del personal, mantenimiento de instalaciones, mantenimiento de flota de vehículos y, por último, servicio de limpieza.
Y voy a dirigirme puntualmente al servicio de limpieza
La empresa contratada se llama Todo-Limp, nombre muy original, por cierto, y tenemos contratadas ocho personas por turno, cuatro mujeres y cuatro hombres, para limpieza general, baños, oficinas, galpones, etcétera, etcétera.
Y en este punto si imaginan la historia de unas putitas en lencería todas enjabonadas, rubias sexis y voluptuosas que se tiran sobre mí para violarme, pues amigos crean que no hay nada más alejado de la realidad.
Al igual que a los varones, las chicas usan uniforme industrial, pantalón y camisa verde oscuro con un gran logo blanco en la espalda que incluye las letras T y L de Todo-Limp, que las hace ver lo más grotescas imposibles, además unos zapatones de seguridad con puntera de acero más propios de un payaso de circo que de una chica sensual, y para completar una gorrita con visera donde también está impreso el logo.
Así, con esa vestimenta conocí a María, o Marita como todos la llamaban, una de las chicas de limpieza, a quien le llevo unos quince años. En esos días solo era una más para mí, no tenía ningún atributo a destacar, menos aun con esa ropa holgada e insulsa que ya describí, apenas dejaba notar un culito bien formado, pero no mucho más, alta, delgada, de piel morena oscura.
Marita tiene un rostro ovalado de mejillas chupadas, de oscuros ojos negros, vivarachos y saltones, cabello del mismo color, lacio, apenas pasando los hombros, que sobresalían fugazmente a los costados de la gorrita, ella era la única que la usaba invertida, es decir, con la visera hacia atrás, dejando notar una amplia frente. Su boca llamaba mi atención, como trompuda, con los dientes un tanto desordenados y saltones hacia adelante.
Haré un paréntesis para comentar algo triste pero real, casi todos mis pares de trabajo, tanto hombres, como mujeres, siempre se sintieron ‘superiores’ a todas estas personas tercerizadas, como si fuera un tanto deshonroso no pertenecer directamente a la empresa de transporte, o como si el hecho de ser trabajos de mayor responsabilidad implicara una superioridad de clases sobre el resto, por lo que casi no había diálogos posibles más allá de lo que fuera una reprimenda.
Por lo tanto, esta gente estaba siempre en un plano inferior y vivían como aislados del resto.
Y esto siempre me dio mucha bronca, para mí era tan importante coordinar diez envíos por transporte como limpiar un inodoro, cada uno en lo suyo, por lo que siempre trataba a todos por igual, y me dirigí a todos con sumo respeto y cada día saludaba con un ‘buen día’ y un ‘hasta mañana’, cosa que casi nadie de mis pares hacía.
Entonces cada día cuando cruzaba a Marita le decía ‘buenos días Marita, como están tus cosas’, y ella solo respondía fugazmente, y solo sonreía y miraba al piso, y eso me encantaba de ella, ese gesto me volvía loco, no sé por qué motivo, solo sé que esperaba cada día para ver su inocente sonrisa en su rostro.
Ella se refería a mi como ‘señor Martinez’, y por más que le pedí una y otra vez que me tuteara y que me llamara solo tito como todo el mundo lo hacía, ella seguía manteniendo una prudente distancia verbal conmigo.
Y algo empezó a llamar mi atención, ella estaba siempre junto a su compañera de turno, inseparable, Adriana, una mujer de cabellos castaños que se acercaba más a mi edad, una mujer que no era mi tipo, de grandes pechos y anchas caderas, con una cola saltona, petisa, que a mis ojos le sobraba todo por todas partes, alguien a quien nunca vería como una mujer atractiva. Ellas siempre murmuraban por lo bajo y reían cuando me cruzaban de casualidad, hubiera pagado para saber que hablaban, que tramaban, que imaginaban, pero no podía hacer mucho más al respecto.
Pero todo eso me dejaba clavada una espina y empecé a jugar con ellas, en especial con Marita, quien era quien me atraía, a hacerme el tonto galán con chistes malos, diciéndole lo bonitas que eran, los chirlos que les daría en la colita, preguntando qué harían el sábado por la noche y tantas cosas que halagaban a esas mujeres, y por las que ellas siempre reían y reían.
Les robé al face a ambas, conocí sus fotos personales, en especial me hice amigo de Marita y fue una rara forma de acercarnos más y más.
Todo se daría esa tarde, tuve que ir al depósito del fondo, ese lugar oscuro, mustio y sombrío donde nadie iba, a reconocer unas piezas inventariadas tapadas en tierra que habían solicitado de una empresa del sur del país.
Pero el silencio habitual de ese lugar estaba alterado por las voces de dos mujeres que cotorreaban por lo bajo sin parar y me sonaron conocidas, al final de todo el galpón hay una salita de tres metros por tres metros, un galponcito dentro del galpón, donde se guardan todos los productos de limpieza, como ser escobas, trapos, secadores, papel higiénico, perfuminas, todo a nivel industrial, me acerqué con sigilo, como chusma, fue un momento justo, las dos mujeres fueron sorprendidas por mi inesperada presencia y al verme cortaron el diálogo, como un inocente juego cerré la puerta y le eché llave para decirles:
Como dije, era solo una chanza de mi parte, y el sorprendido fui yo cuando Adriana respondió
Al tiempo de sus palabras ella empezaba a desnudarse lentamente, mirándose en forma pícara con Marita que comenzaba a imitarla, sus risas y miradas me recordaron esos murmullos por lo bajo, muy femeninos, esos que me intrigaban cuando nos cruzábamos de repente…
Marita vino a mi lado y comenzó a besarme profundamente, apretando sus labios contra los míos, haciéndome recular sobre mis pasos hasta la puerta, aun sorprendido no atinaba a tocarla, solo respondía tímidamente a sus besos, ella bajó por mi cuello, abrió la camisa botón a botón y siguió acariciando y besando mi pecho con cadencia, sentí su respiración agitada, acaricié sus cabellos y reparé en sus pequeñas tetas donde asomaban dos duros y erectos pezones, los apreté entre mis dedos para que luego ella empezara a refregarlos contra mi pecho, se estiró hasta mi oído y me susurró con voz de puta
Miré entonces a la gordita que estaba sentada tranquilamente acariciándose las tetas, llenándose la vista con la imagen que nosotros le regalábamos, esperando su turno. Fui hacia ella y la besé profundamente, me incliné y empecé a chuparle las tetas, al tiempo que ella se sacaba su prenda interior para quedar totalmente desnuda, un penacho enrulado entre sus piernas llamó mi atención, Adriana tomó una de mis manos y la condujo a su vagina, deslicé mis dedos por sus labios sin llegar a penetrarla, palpando la humedad que empezaba a desbordarla.
Marita se acercó, tenía un culote calado rosado que resaltaba con el cobrizo de su piel, era lo único que le faltaba para quedar desnuda, cosa que hizo lentamente, a centímetros de mis ojos su concha peluda y renegrida como un espeso bosque quedó a mi merced.
Me incorporé, la tomé de un brazo e hice que se sentara sobre la otra, Adriana la sostuvo y me acomodé para dar riendas sueltas a mi locura, fui entre sus piernas, arrodillado, abajo la concha de Adriana, arriba la de Marita, podía ver su vientre, sus tetas y el rostro pecaminoso de ambas que se abrían para mí, mojé mis dedos índice y mayor de una mano y los enterré en la concha de una, repetí el procedimiento con los de la otra mano y fui sobre la concha que estaba libre.
Las cogí a ambas con mis dedos un buen rato, entrando y saliendo en tirabuzón, en unos instantes empezaron a gemir, a jadear, alterné con mi lengua, desde abajo hacia arriba, desde arriba hacia abajo, sentí un exquisito placer, comí un clítoris, luego otro, probé una miel, luego otra, sentía una dureza profunda entre mis piernas y ganas de cogerlas a ambas.
Sus gemidos fueron en aumento y eso trajo mi atención, era cierto que casi nunca iba nadie a ese sitio, pero también era cierto que las paredes eran improvisadas y delgadas como papel, así que paré el juego y les dije
Ellas asintieron con la cabeza comprendiendo la gravedad de mis palabras y la segura consecuencia. Marita fue quien volvió a besarme profundamente y Adriana me sorprendió por lo bajo, apretando con fuerza mi vega que aún estaba bajo mi slip y mi pantalón, empezó a sobarme y no había mucho más para esperar.
El lugar era demasiado pequeño, oscuro, sombrío y sucio, incómodo por demás, pero era lo que había. Las acomodé lado a lado, dándome la espalda, con sus manos en la pared, me tomé unos segundos para observar y acariciar con lujuria esos dos culos que tenía ente mis ojos.
Adriana, con un culo gordo y grandote, que parecía sobrarle carne por todos lados, su piel blanca casi como leche contrastaba con la oscuridad de la de Marita que esperaba a su lado, un tanto más alta y estilizada, delgada, con una firmeza envidiable, fui por todo, desabroché mis pantalones y los bajé junto a mi ropa interior.
Marita fue la primera, apunté por detrás y se la enterré toda en la concha hasta hacerla saltar, le arranqué un grito que en vano trató de callar, la cogí un buen rato, ella empujaba y reculaba hacia atrás como buscando una penetración perfecta, en cada golpe sus nalgas parecían dos trozos de hierro, duros, imperturbables.
Luego fui por Adriana, hice lo mismo, confieso que me causó gracia, a diferencia de la morena en cada embate, las carnes del culo de la gordita se movían como réplicas de terremoto, como olas de mar, como fuera, ella tenía una forma hermosa de disfrutarlo, sus palabras en susurros, parecían súplicas para que no dejara de cogerla.
Fui de una a la otra, varias veces, hasta que en algún momento que cogía Marita y Adriana esperaba su turno, esta última me hizo una pregunta que me dejó descolocado y que no esperaba escuchar, dijo
Marita la miró, sus risas pecaminosas se cruzaron nuevamente y eso se me hacía demasiado tentador, no sé qué traían entre manos, pero bueno, les dije que hicieran lo que quisieran
Me hicieron sentar sobre la silla donde habíamos empezado el juego, una fue a buscar entre las cosas de limpieza agua y jabón, la otra fue a su bolso de manos y empezó a revolver, pronto volvieron y empezaron a enjabonar todo mi sexo, incluso me hicieron abrir la piernas como una puta y fueron por mi trasero también, Marita tomó la afeitadora descartable que traía en su bolso y comenzó a rasurarme lentamente, con paciencia, con esmero, pasaron los minutos y al fin mi pubis, mis bolas y mi culo estaba completamente lampiño, a todo esto pensaba que diablos le diría a mi esposa cuando viera esto, pero no era el momento de pensar en ella.
Mi verga dura estaba exultante, ella me enjuagaron bien y volvieron al juego, yo no sabía que se proponían pero créanme que fue glorioso, Marita se puso a un lado, tomó mi pija desde la punta, apoyó los labios en ella y fue bajando lentamente, poco a poco, su boca la fue comiendo milímetro a milímetro, hasta llegar a mis bolas, fue espectacular, la sacó lentamente y volvió a engullirla hasta sentirla en su garganta, empezó a hacerlo con ritmo pausado y perfecto, en mi vida me habían hecho una penetración tan completa, hasta la base.
Pero si esto era una sorpresa, los que seguía sí que no lo esperaba, Adriana fue entre mis piernas, me abrió bien las nalgas y empezó a lamerme y besarme el culo, literalmente me comió el esfínter, su lengua se sentía dulce y suave, tratando de penetrarme con la puntita, poco a poco, insistiendo.
La combinación de ambas mujeres se me hizo de locura, Adriana entonces buscó con su dedo índice en mi esfínter, el exceso de saliva en la zona facilitó el ingreso, empezó a jugar en mi interior y sus labios fueron a jugar en mis bolas…
Estos ataques de ambas por toda mi sexualidad fue demasiado, Marita seguía con su ritmo cansino y sin pausa, desde mi posición veía en primer plano el trabajo de ambas mujeres, me sentí venir, empecé a acabar mares de leche, y Marita seguía como si nada ocurriera, solo la sentía excitada por lo que estaba logrando, poco a poco dejó escapar el semen entre sus labios, el que fue bajando por el tronco de mi verga hasta la base, allí lo esperaba Adriana que no dejaba de comerme las bolas y masajear el interior de mis intestino con su dedito índice, ellas jugaron y jugaron hasta que ya no salió nada…
Pronto me miraron, ambas reían, sus labios, sus bocas y sus rostros estaban impregnadas en un líquido blanco transparente, mezcla de leche y saliva, habíamos terminado.
Ese fue nuestro secreto, y ese fue nuestro bunker de encuentros clandestinos donde cada tanto hacíamos alguna que otra locura, y todo se hizo costumbre, loca, excitante, peligrosa.
Pero yo sabía que las cosas estaban mal, puesto que hubiera bastado un mínimo error, solo un detalle, la palabra inadecuada en el momento inadecuado para terminar con todo, el trabajo, mi puesto, mi familia, mi esposa, lo hablé con ellas, pero ellas parecían no entender, o no darle importancia, ellas eran solteras, no tenían que dar explicaciones, todo se había transformado en una peligrosa droga, porque intentaba poner fin, pero volvía a caer, una vez, y otra vez, y otra más…
Tiempo después moví mis influencias, mis contactos, ellas nunca se enteraron, pero primer logré que las separaran de turnos, ellas apenas se cruzaban cuando una entraba y la otra salía, Adriana estaba fuera de juego por lo que por un tiempo solo quedamos Marita y yo, ella se me hacía peligrosamente irresistible y sabía que debía ser más drástico con ella.
Pronto entró en su lugar María, una vieja con la cual seguro no tendría tentaciones, pero me aseguré de hacer reubicar a Marita en otra empresa, y con mejor paga, y mucho más cerca de su domicilio, mucho más lejos de mi alcance.
Hoy son recuerdos de locuras del pasado, hay un pacto de silencio que salió sin acuerdo previo, algo que como vino se fue…
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Imágen únicamente de caracter ilustrativo para este relato erótico…
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