Papá es oriundo de Brasil, Río de Janeiro, mamá de Argentina, Entre Ríos.
Cuenta la historia que mi padre, siendo ingeniero, trabajaba en una importante multinacional radicada en su Brasil natal, en su juventud, cuando estaba haciendo carrera, había tomado un puesto provisional por dos años en la filial que se estaba estableciendo en Argentina, una gerencia de planificación y puesta en marcha, y cuando las chimeneas estuvieran largando humo, tendría el retorno asegurado a su antiguo puesto.
Pero en esos dos años, conocería a mi madre, una joven emprendedora que repartía sus tiempos entre horas de laboratorio y un profesorado en química de estudios secundarios.
Se enamoraron de tal manera que ya no pudieron separarse, al punto de que mi padre renunció a toda su vida de prometedor empresario para radicarse en suelo argentino, para dedicarse de lleno a asesorías locales en su rama de ingeniero laboral.
Llegarían mis dos hermanos, y luego yo, la menor de la familia, la niña, la consentida, la mimada.
Ellos, habían heredado los genes de mamá, de piel blanca y más típica de Argentina, pero en cambio yo, era un calco de mi papá, nadie podría haber dudado de su paternidad, la misma piel oscura, los mismos ojos negros, los mismos labios carnosos, la misma sonrisa contagiosa.
Y si bien nunca me faltó nada y no puedo quejarme de mi infancia, el hecho de ser la menor, la única niña, se haría un tanto fastidioso.
No digas malas palabras, las mujeres no dicen malas palabras…
Sentate bien, cerrá las piernas, las chicas deben guardar costumbres…
No te cruces así de piernas, así lo hacen los hombres…
Cuidado con lo que andas hablando por ahí…
Y cuando llegó mi adolescencia y mis formas de mujer aparecieron en un suspiro, las palabras solo siguieron.
Esa pollera es demasiado corta…
Ese pantalón es muy ajustado…
Por qué te pintas tanto la cara?
Ese escote es muy marcado…
Esa ropa se transparenta…
Y todo era así, asfixiante, me sentía controlada, por mamá, por papá, por mis hermanos, quienes me celaban demasiado, se fijaban con quien salía, a qué hora volvía, y que era lo que hacía, sonaba demasiado injusto porque todos veían como normal las chicas con las que ellos andaban, chicas de mi edad que lucían como putas, pero claro, ellos eran varones.
Y todo eso se fue acumulando en mi interior como una olla bajo presión, que tarde o temprano explotaría
Mi pasión en esos días de adolescencia entre los doce o trece hasta los veinte, había sido jugar al jockey en un conocido club de la ciudad, era mi vida, era buena y soñaba con llegar a jugar en la selección nacional.
Yo era una más entre las chicas, pero era diferente, mi piel morena llamaba mucho la atención y siempre estaba en los dos extremos, entre las cargadas punzantes de esas que duelen, hasta el deseo prohibido por ser diferente.
Y me gustaba jugar a la inocente, más ante los chicos que jugaban al rugby, con quienes se producían esos cruces inevitables de una edad de mariposas, de cruces de miradas, de provocaciones y deseos contenidos.
A los quince, yo tenía un metejón terrible con Aquiles, un muchacho rubión de ojos claros, bastante musculoso que me gustaba demasiado, pero él era el único de su bandita de amigos que tenía novia, y no tenía ojos para mí, casi al punto de ignorarme.
Mauricio era otro de los chicos, un moreno de piel oscura quien trataba de conquistarme a cada paso, directa o indirectamente, era muy lindo, por cierto, pero yo estaba ciega con Aquiles, mi corazón solo latía en silencio por él y jamás pude darle una oportunidad a ese pobre que me seguía como un perro obediente y solo era rechazado una y otra vez.
Así eran las cosas, amores cruzados, corazones perdidos, labios compartidos.
El destino me traería una mala jugada, en una práctica común y corriente, en una tonta corrida, me rompería la rodilla y los ligamentos cruzados, si bien después de la operación, de las muletas y de la rehabilitación volvería a mi vida normal, mis sueños de jugadora profesional quedarían en el pasado.
Dejé mis días de club, mis hermanos mayores ya habían formado familia y trabajaban junto a papá, en el tema de capacitaciones, auditorías y todas esas cosas, mientras que mamá, solo se había quedado con la docencia y ya planificaba sus próximos días de retiro.
Me apegué a los varones y empecé a ser como la secretaria de ellos, agendas, viajes, catering, salones, hoteles, reservas, y todo un mundo que me dejaba ganar mis propios pesos.
Ellos me seguían celando, me habían espantado varios novios, y mi sexualidad siempre había sido un tanto clandestina, pero había pasado los veinte y ya no permitía que se entrometieran
Llegaban los días de carnavales, carrozas y bailes, tenía todas las condiciones para destacarme, grandes pechos, llamativa cola, piernas torneadas, era alta, de piel negra y llevaba la samba en la sangre gracias a la herencia de papá, y a propósito de mi padre, tuvo que tragar saliva cuando le dije que bailaría casi desnuda al frente de la comparsa, apenas cubierta con algunas plumas, era mi oportunidad y esta vez ni él, ni mis hermanos podrían disuadirme para que solo fuera una más del montón, siempre recluida en el ostracismo.
Me vi esplendorosa, había llevado mis cabellos a un rubio brillante, y si en Entre Ríos una mulata no era común, una mulata blonda era una rareza.
Y en esos días donde tenía veintidós y en mi esplendor físico, me cruzaría nuevamente con Aquiles, el muchacho que alguna vez me había quitado el sueño, el mismo que jamás había tenido ojos para mí, solo que el tiempo había pasado y ahora las cosas habían cambiado.
Recuerdo que estaba toda sudada después de sambar por todo el recorrido de la comparsa, cuando él apareció de la nada para invitarme a una copa.
En poco tiempo, estábamos de pareja formal y sonaba loco, pero al contrario de nuestra adolescencia, ahora era él el que parecía perdido por mí.
Y con Aquiles, llegarían nuevamente a mi sus amistades, y obviamente, Mauricio, aún estaba entre ellas.
Ahora ya éramos adultos, y Mauricio siempre bromeaba sobre el pasado, en la forma en que él se desesperaba por llamar la atención y la forma en que yo lo ignoraba una y otra vez, puesto que mis ojos estaban perdidos en su amigo, en Aquiles.
Es que siempre Mauricio me sacaba una sonrisa, cada vez que nos cruzábamos los tres, siempre le advertía en tono de broma a mi novio, que yo era de él, porque él me había visto primero, era loco, le advertía a Mauricio que yo no estaba con él porque fuera rubio, ni musculoso, ni buen mozo, no, le decía que yo solo lo usaba como un puente hacia él.
Mi noviazgo con Aquiles no era todo lo bueno que alguna vez había imaginado, pasado ese primer encanto visual, porque realmente era muy buen mozo, poco a poco nos descubríamos en caminos diferentes, en distintos pensamientos, a veces discutíamos, a veces nos distanciábamos, era raro, pero generalmente Mauricio estaba ahí, al medio de ambos, y más allá de las bromas, él quería que a nosotros nos fuera bien, él era su mejor amigo y yo había sido su sueño de piel oscura de toda su adolescencia.
Y lo más retorcido de todo, tal vez, una tanto desilusionada por mi presente junto a Aquiles, empezaba a contagiarme de la sonrisa de su amigo, de su forma de ser, de su buen humor, y me vi envuelta entre ambos al mismo tiempo.
Llegando a los veinticinco ya vivía sola en mi departamento, lejos de los ojos vigilantes y celosos de mi padre y de mis hermanos, la situación con Aquiles estaba degastada, sin retorno, habían pasado un par de infidelidades que había dejado pasar por alto, infidelidades que ya no me dolían puesto que el amor se había marchitado, y solo eran encuentros para revolcarnos en la cama, porque Aquiles tenía muchos defectos, pero coger, me cogía muy bien.
Y Mauricio? Mauricio seguía siendo ese moreno simpático que tenía muchas chicas, pero ningún amor, y hasta con eso bromeaba, cuando indirectamente me dejaba saber que él siempre había tenido un amor, un amor que nunca había sido correspondido, y cuando me decía eso, me miraba de tal manera que solo me obligaba a bajar mi mirada
Era una noche de primavera en la que hacía demasiado calor, Aquiles pasaría a buscarme por casa para ir a una fiesta privada en un fin de semana de un amigo en común, esas fiestas que empiezan cuando cae el sol y no se sabe cuándo terminan. Me había puesto un vestido blanco, siempre el blanco me quedaba bien con mi piel morena, era ajustado, combinando satinados con brillantes, lo suficientemente escotado para que un hombre perdiera sus ojos por debajo de mi cuello, lo suficientemente corto para deambular por la cornisa del erotismo, en esa línea precisa donde terminan las nalgas y empiezan las piernas, me sentía fabulosa, demasiado provocativa, y tal vez, inconscientemente estuviera de cacería ante una historia de pareja que se eclipsaba rápidamente.
Aquiles no fue muy galán al verme, caso contrario de Mauricio, quien se quedó boquiabierto, como si fuera un espectro, y esa vez, sería mi turno de carcajearme.
Con el correr de las horas habíamos bebido demasiado, es cierto, estaba un tanto desinhibida, pero a mi pareja parecía habérsele ido la mano, eran las cuatro de la mañana y entre tanta gente todos parecíamos extraños y cada uno hacía su vida sin mirar a nadie, y solo queríamos hacer algo diferente.
Él me dijo de ir a la planta alta, había un cuarto un poco apartado y podíamos hacer algo loco, le dije que fuera por delante, yo lo seguiría unos minutos después. Y si, fui rápida y en el camino, lo invité a Mauricio, solo sería una sorpresa.
Subí las escaleras meneando las caderas sabiendo que él venía por detrás, un poco malvada, un poco perversa, le advertí que estaría Aquiles, por lo que anduviera con cuidado.
Entré al cuarto, mi pareja estaba recostado sobre un lado, contra un mueble viejo, avancé lo bese en la boca, muy sensualmente, tomé su mano antes que él lo hiciera y la puse sobre mi vestido, sobre mi nalga, muy de puta, mirando de reojo la puerta entreabierta donde se dibujaba la figura de Mauricio en un rol expectante.
Me levanté el vestido a la cintura, en verdad, solo para que Aquiles observara mi culo desnudo y deseara están en lugar de mi novió, quien se llenaba sus blancas manos en mi piel morena.
Aquiles estaba tan pasado de copas que no podía tener conciencia de lo que en verdad sucedía, su aliento a alcohol me susurró que deseaba cogerme, ahí mismo, sin más vueltas, pero eso no era lo que yo quería, yo solo quería enloquecer a mi espectador, al que había invitado a ser parte del juego.
Entonces tomé la iniciativa, antes que él lo hiciera, Aquiles era un chico que le gustaba dejarme hacer, por lo que no tuve problemas en ir de cuclillas con mis piernas abiertas hacia la puerta, para buscar entre sus ropas y sacar su rica pija. Empecé a chupársela, por su glande, por sus bolas, por su tronco, por arriba, por abajo, completa, con la punta de la lengua, con mi saliva, con mis labios, pero no era por su placer, no, era por quien en la penumbra observaba como un fisgón, y me excitaba demasiado, quería gritar su nombre, pero me mordí por no hacerlo, me mojé por su culpa, y respiré con cadencia.
Entonces bajé un poco mi vestido y dejé escapar por el escote mis grandes pechos, para acariciarlos, para pellizcar mis oscuros pezones, y mierda, me estaba masturbando para Mauricio, mientras él hacía lo propio en penumbras, porque noté que se estaba jalando, y no pude evitar llevar mi otra mano a mi concha, a correr el frente de la tanga, para que viera, que viera como me metía los dedos, como gemía por su culpa, como buscaba un orgasmo en toda esa locura, mientras seguía chupándosela a Aquiles.
Mi pareja, ahora se masturbaba poniéndola en mi boca, dado que mis manos estaban ocupadas en mi propio cuerpo, era todo muy salvaje, muy frenético, muy loco y me aseguraba que ese espectador de lujo que tenía, se llevara consigo el mejor de sus recuerdos, ver mi concha, mis tetas, la forma en que chupaba la pija, mis gemidos, incluso los gemidos de placer de Aquiles.
Me sentí venir, mi clítoris inflamado ya no soportaba el roce de las yemas de mis dedos embardunados por mis propios jugos, mis pezones, acariciados por mi mano libre enviaba destellos de electricidad por todo mi cuerpo, y mientras esto sucedía, la voz de Aquiles me pedía que abriera bien mi boca.
Así lo hice, en un plano inferior, para que su verga estuviera por sobre mi boca, perdí el contacto visual con Mauricio, y me dediqué a pasar la punta de mi lengua por su glande caliente, solo hasta sentir su sabor espeso a macho corriendo por el interior de mi boca, de mi garganta, incluso sentí su pegatina blanca en parte de mi rostro y me acabé toda solo imaginando el placer que sentía el fisgón masturbándose en la penumbra.
Cuando terminamos, Aquiles me tomó por el brazo y me ayudó a incorporarme, mientras acomodaba mi vestido me besó en la boca, para probar su propio sabor, me supo muy caliente, y mientras lo hacía miré por sobre su hombro hacia la puerta, donde estaba Mauricio, pero para mi sorpresa, Mauricio ya no estaba.
No pasaría nada más por esa noche, al menos entre los tres juntos, pero las cosas cambiarían rápidamente.
Nunca me lo confesarían en la cara, pero siempre intuí que alguna vez, Mauricio le había contado a Aquiles lo que había visto, es que ambos estaban cambiados, mi pareja me hablaba mucho de su amigo, de mis pensamientos sobre él, de mis deseos sobre él, de mis fantasías sobre él, y yo era lo suficientemente astuta para salir siempre bien parada. Mauricio estaba diferente, si bien siempre me había coqueteado, ahora, solo quería llevarme a la cama, tal vez sin importar su amigo, o tal vez, con su consentimiento.
A veces, en esos días que nos cruzábamos los tres, salían temas demasiados calientes, imaginar, Aquiles, Mauricio y yo, un hombre del que me estaba alejando y otro al que me estaba acercando, pero siempre serían fantasías, solo fantasías.
Toda esa mística imaginada pero jamás propuesta, se hacía demasiado poderosa, mi relación de pareja con Aquiles ya era cosa del pasado y solo nos cruzábamos cada tanto para coger, ya comenté que lo hacía muy bien, demasiado, y siempre tenía ideas locas.
Por eso, no me sorprendió que esa tarde me llevara a una casa de alquiler en el medio del descampado, tampoco me sorprendió que estuviera vestido muy elegante, en traje, corbata, muy de ejecutivo, algo que no era ni por asomo, tampoco que al ir al dormitorio me desnudara por completo, mientras que él ni siquiera aflojaba el nudo de su corbata, y menos que vendara mis ojos con un pañuelo de seda negro.
Todo iba más o menos según lo tradicional, como siempre lo hacíamos, aunque nada podía ver tras la venda que cubría mis ojos cerrados, era muy sexi hacerlo a oscuras sabiendo que él si podía ver todo su entorno y llenarse los ojos con mi piel morena.
En algún que otro momento, Aquiles me dejó recostada sobre la cama, me besó los pechos con lujuria por un buen tiempo, bajó por mi vientre y se perdió en mi sexo, eso me encantaba, abrí todas mis piernas llevando mis rodillas casi al lado de mis orejas en una postura muy tradicional, entonces, mientras me chupaba la conchita con muchas ganas, empezó con el juego dialéctico, algo que hacía muy bien y me calentaba demasiado.
El me preguntaba si me gustaba Mauricio, que imaginara que estaba con él, haciéndole el amor, chupándole la pija muy rico, y solo me metía en mi cabeza ideas que me hacían mojar.
Fue cuando la magia sucedió, fue cuando una verga dura se metió en mi boca acallando mis gemidos, fue cuando unas manos poderosas llegaron a mis pechos, a mis pezones, y era obvio que Aquiles aún seguía entre mis piernas lamiendo mi sexo.
Adiviné que era Mauricio, solo era evidente, y no quise sacarme la venda por temor a que mis ojos, al ver dos hombres, me llevaran a esos días de tortura psicológica a la que me sometían mi padre y mis hermanos, de todas esas normas moralistas en la que tenía que vivir una mujer y que estaba demasiado distante a la que me había convertido.
Así me vi con uno entre mis piernas, y otro en mi boca, Aquiles no tardaría en empezar a cogerme, pero yo seguía muy concentrada en los besos que daban mis labios en esa barra de carne que estaba saboreando, sabiendo que Mauricio al fin estaba obteniendo su regalo postergado por tatos años
Aquiles me arrancó de ese lugar, me arrastró consigo, él se acostó sobre la cama y solo me llevó a cabalgarlo, muy rico, con una pierna a cada lado, tomé su pija y la conduje a mi concha, a él le encantaba que yo hiciera esto mientras me chupaba y acariciaba las tetas, y empecé a moverme, más fuerte, más y más, con la excitación y morbo que me daba el saber que Mauricio estaba ahí, al acecho.
Pero después de unos segundos, me invadió la duda, ya que solamente, un hombre me estaba cogiendo y en mi ceguera artificial había perdido noción de donde estaba el otro.
Decidí quitarme la venda, y al igual que esa noche perversa, Mauricio estaba a un lado, sentado en un sillón, masturbándose, solo quería mirar, y solo quería que yo supiera que él estaba presente en la habitación.
Seguí el juego, era muy caliente que un hombre me estuviera observando, cabalgaba con ganas a Aquiles, y miraba de rojo al otro, mientras me acariciaba los pechos y los estiraba para poder pasar la lengua por mis pezones.
Pero yo deseaba a ese hombre, tenía muchas fantasías como para que solo sea un espectador y en forma provocativa llevé mis dedos ensalivados a mi culito y empecé a jugar en él, poco a poco, con cara de puta, más saliva, más dilatación, más deseo.
No pude soportarlo, le supliqué a Mauricio que me la diera por el culo, que lo deseaba, que lo quería.
Se incorporó decidido, avanzando hacia nosotros con su verga dura, se acomodó por detrás y lo sentí venir.
Fue hermoso, una doble penetración perfecta, estaba colmada por ambos lados, al borde entre el dolor y el placer, me hacían gemir como a una puta y mis uñas afiladas se enterraban en el pecho de Aquiles, mientras él me comía las tetas, Mauricio por detrás me aferraba con fuerzas por la cintura y sentí sus empellones continuos, seguramente imaginados por muchos años y yo naufragaba entre dos hombres, apretaba en los movimientos mi pubis, mi clítoris contra el pubis de Aquiles y me envolvía en eternos orgasmos que me hacían enloquecer.
Mi piel morena resaltaba entre la blancura de ambos machos, mi sensualidad femenina contrastaba con la rudeza masculina y en esos segundos inmortales, un poco sentía despedirme de uno para recibir a otro.
Mauricio vino a un lado, parado sobre la cama con la verga dura sobre mi rostro me la ofreció para que se la chupara mientras Aquiles, seguía cogiéndome y ahora ocupaba con un par de dedos la puerta abierta que había dejado su amigo por detrás.
Era el turno de mirar de mi pareja, por primera vez, desde abajo, y en una exhalación el semen caliente de Mauricio comenzó a llenar mi boca en continuos disparos, solo probé su sabor y lo dejé caer por mi rostro, por mi cuello, por mis pechos y fue todo demasiado pornográfico en esos minutos.
Seguimos jugando por un par de horas más, hasta que dimos todo por concluido, fui a darme una ducha y dejé a los hombres a solas para que hablaran de lo ocurrido.
Sería mi última aventura sexual con Aquiles, quedaríamos como amigos, y empecé a salir con Mauricio.
Las vueltas de la vida, Mauricio me resultaría un hombre increíble, fascinante y estoy por darle nuestro primer hijo, somos pareja, somos felices.
Aquiles siguió su camino y vive en su soltería, cada tanto nos juntamos a comer, a charlar, pero solo como amigos, las cosas están claras entre nosotros, y preferimos no recordar esa noche, porque fue perfecta y no tendía sentido tratar de repetirla.
Así termina mi historia, papá está feliz con su hija, mis hermanos también, me habían marcado a fugo desde pequeña, me habían dicho que debía ser una mujer, y no los había defraudado, estaba enamorada de un buen hombre y estaba en espera de nuestro primer hijo, uno iba a ser abuelo, los otros tíos, y solo un final feliz, aunque jamás imaginaron la manera en que viví mi vida.
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Imagen únicamente de carácter ilustrativo para este relato erótico…
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