Esther siempre sería una buena mujer, compañera de vida, madre de mis hijos, esposa fiel. No me daba motivos de quejas, no era de esas mujeres de malgastar dinero, di de esas despóticas que querían tener todo bajo control, me daba libertades que con los años de convivencia se habían tornado normales.
Excelente cocinera por cierto, todo lo hacía bien, dulces, salados, almuerzos, postres, meriendas.
También era muy buena costurera, cocía para afuera y se ganaba muy buenos pesos con eso, en una actividad que hoy en día prácticamente ha caído en el olvido.
Habían terminado sus días fértiles y con eso su apetito sexual, y al amor que nos teníamos era más grande que todo, pero era cierto que como hombre extrañaba esos días de placer compartido, pero para mi esposa todo era cuesta arriba.
Nuestro hijo mayor ya había formado su propia familia, y el del medio, en su soltería había decidido buscar su futuro en España, apenas nos quedaba en el nido la princesa, Sofía que ya andaba de noviecito en noviecito.
Esther tenía más de cincuenta, menos de sesenta, pero realmente parecía una mujer retirada de la vida, la imagen que me daba cuando estaba sentada en el patio bajo la parra de uvas, con abejas y moscas revoloteando los pequeños frutos maduros que caían por peso propio llegaba a sonarme deprimente.
Ella había perdido su cuerpito de doncella de la juventud, pesaba casi lo mismo que yo, cerca de noventa kilos y el exceso de peso le pasaba factura en sus castigadas articulaciones y a ella ya no le tocaba el ego ese abdomen prominente que cargaba naturalmente, sus largos cabellos morenos que tanto me seducían habían sido invadidos con interminables canas plateadas que no se molestaba en ocultar, usaba unos antiguos lentes de aumento con marcos de pasta, de otras épocas, y por si esto no bastara, también se mostraba descuidada a la hora de vestir, usando lo que primero tuviera a mano, y a veces se mostraba sobria, y a veces era un payaso de feria.
Y si su sexualidad parecía marchita, honestamente tampoco me seducía su apariencia, ya no me parecía sexi, ni atractiva, y nuestros días no pasaban de charlas en charlas.
Esther se había transformado en una abuela, cansina, paciente, estaba anticipadamente en otra etapa de la vida, y a pesar de que teníamos casi la misma edad, yo aun me sentía joven, y ella dejaba en mi un peligroso vació que otra mujer hubiera podido ocupar.
Sofía, nuestra pequeña, llegaba a los veinte, y el nombre de Matías empezó a hacerse normal en mis oídos, un chico con el que las cosas parecían ir en serio. En un par de meses conocería a ese muchacho y se dieron los días típicos de enamoramiento, el venía a nuestra casa, o ella iba a la de él, el joven me caía en gracia, estudiaba, trabajaba, era bien parecido y compartía conmigo la pasión por el básquet, así que se daban situaciones de charlas eternas al costado de un fogón, cervezas de por medio, situaciones que a veces molestaban un poco a mi hija, puesto que decía que Matías venía a visitarme a mi y no a ella.
Ese muchacho parecía ser el indicado, me gustaba la forma en que trataba a mi hija, era protector, de buen carácter y era un tanto risueño, y la mayoría de las a veces me sentía más de acuerdo con él que con ella, puesto que Matías era muy maduro y centrado en sus pensamientos, y mi hija se la pasaba saltando por las nubes, la luna y las estrellas
Y con el correr del tiempo, se dio naturalmente el acercamiento familiar, nos enteramos que Mati tenía un hermano mellizo y surgieron esas preguntas típicas y risueñas de si uno no se hacía pasar por otro, incluso molestaba a mi hija hasta su enojo con ese tema, y le decía socarronamente que estuviera segura con cual de los dos se acostaba, también supe que no tenía padre, había fallecido tiempo atrás, y su madre, jamás había tomado ninguna relación posterior como algo serio, ella ya había tenido a su amor, y su amor se había terminado.
Y dado que mi mujer, era excelente cocinera, surgió la idea de invitar a Carmen, ese era su nombre, a cenar en una noche de invierno.
Esther se había puesto un vestido multicolor a rallas verticales, y sin querer ser peyorativo o despectivo con ella parecía una carpa de circo, busqué la forma sutil de indicarle que buscara otra opción y entendiendo el punto fue por un vestido más tradicional en color negro.
Cuando sonó el timbre de casa, fue mi turno de abrir la puerta, sería mi primer contacto visual con mi consuegra, según palabras de mi futuro yerno tenía poco más de sesenta y dos años, pero nada me hacía suponer la sorpresa que me esperaba al otro lado.
Y es que Carmen era una mujer muy atractiva, tenía el cutis muy bien cuidado, con un maquillaje justo, con unos ojazos azules profundos como el mar, con sus cabellos a la nuca, con un rubio platinado tan cuidado como sexi. Vestía un trajecito de pollera a las rodillas y chaqueta en tono, en un verde musgo y una camisa abotonada en negro brillante, sentí un perfume embriagador y me detuve en los detalles que me gustaba observar, sus largas uñas pintadas, sus anillos, sus aros que hacían juego con la gargantilla que adornaba su cuello y todas esas cosas que me hicieron adivinar que, en sus días de juventud, Carmen había sido de esas mujeres que rajaban la tierra.
Cruzamos unas palabras y besos en las mejillas, y en su andar coqueto y cansino naufragó mi mirada, el contraste con mi mujer era llamativo y me odié en ese momento por mis despiadados pensamientos.
Nos sentamos a la mesa, comenzamos a platicar, a conocernos, a intercambiar palabras, los noviecitos estaban muy perdidos entre si, las consuegras entre ellas y yo, yo solo la observaba a la distancia.
Supe que, si bien estaba ya casi retirada, Carmen alguna vez se había ganado la vida cantando en bares nocturnos, tenía una voz muy bonita, le gustaba el blues, y hoy lo hacía cada tanto, como hobby.
Y de sobremesa, fue imposible que se resistiera a nuestros ruegos de escuchar su voz.
Recuerdo que se sentó a distancia, sobre un taburete descolado que tenemos, como si en verdad estuviera en algún club, e improvisó a capella un tema triste en ingles que alguna vez había escuchado en forma perdida en la radio.
En mi mente me transporté imaginariamente a películas de antaño, en blanco y negro, con la chica más deseada del lugar entonando un viejo blues, con la atención de los casuales comensales que caían embriagados con los tonos de su voz.
No habría mucho mas esa noche, Matías se retiró con su madre, y con mi hija, puesto que la dejarían en su casa y ellos dos luego irían a un boliche.
En la soledad de la noche Esther y yo fuimos a la cama, bajo tres frazadas, recuerdo que hacía un frío desgarrador, cruzamos unas palabras, quería hablar con ella sobre nuestra consuegra, pero los prematuros ronquidos de mi mujer me dejaron saber que estaba solo como de costumbre, respiré profundo y dejé que el sueño me abrazara.
Pasaron los días, alguna vez ella devolvió la gentileza y nos invitó a almorzar y las comparaciones entre ambas mujeres empezaron a hacerse tan odiosas como inevitables, es que mi consuegra representaba todo lo que alguna vez hubiera esperado de mi esposa, ella se mantenía femenina, apetecible, elegante, atractiva y para ella la edad era solo una rareza olvidada de almanaques, y no era una vieja ridícula que quería colgarse de la mieles del pasado, no, ella estaba ubicada en tiempo y forma, y en miradas, en palabras, en gestos, empezamos a contactarnos sutilmente, sin que el resto lo notara, ni Esther, ni Sofi, ni Mati.
Muchas veces, las charlas con mi yerno, o con mi hija, solo era medios para descubrir más de ella, historias de su pasado, como saber que después de su difunto esposo, Carmen había tenido algunos amoríos pasajeros, porque solo serían eso, amoríos pasajeros.
También sabía que yo le había caído en gracia, un tipo aun atractivo, interesante, el tipo de hombres que a ella le gustaban.
Pero eran solo fantasías, porque por más peculiar e intrigante que me pareciera esa mujer, había de por medio muchas personas muy importantes para mi a las que no quería lastimar, así que con el tiempo, todo lo que me permitía era cada tanto hablar con ella por WhatsApp, siempre en forma respetuosa, y siempre era temas de los chicos, incluso mi mujer era parte de esos diálogos escritos
La ruptura imprevista del noviazgo nos tomó por sorpresa, el mundo de Mati y Sofi parecía ser perfecto y nada nos hacía suponer que de un día para otro todo terminaría. Mi hija no quiso dar muchos detalles de lo sucedido y se limitó a decirnos que no nos entrometiéramos en su vida, entendí que debía darle espacio, y me dolió por ella, me dolió por mi yerno, pero en el fondo, lo que mas me dolía era distanciarme de mi consuegra.
Pero Carmen me siguió escribiendo, solo que directamente a mi, ya no lo hizo con mi esposa y si bien la temática giraba en torno a nuestros hijos, era obvio que había algo más detrás de todo, porque a pesar de que la intención era volver a reunirlos, muchas veces nos encontrábamos hablando de temas que nada tenían que ver con Mati y con Sofi.
Alguna vez le sugerí que debíamos hablar algunas cosas en forma personal, y alguna vez ella me sugirió que muchas tardes ella estaba sola en su casa, y que se tornaban tardes largas, solitarias y aburridas.
Y una tarde solo se dio.
Me rio al recordar cuan nervioso estaba, es que yo no soy un mujeriego, ni un seductor, y en mi vida matrimonial junto a Esther jamás había imaginado que sucediera lo que estaba a punto de suceder, me sentía tonto en el engaño, con temor a que ella me descubriera, tartamudeaba, me transpiraban las manos y mi consuegra era una tentación tan irresistible como peligrosa.
Salí con demasiado tiempo de antelación, no quería dar una mala impresión llegando tarde, pasé por una panadería, meditando y dudando un poco fui por unas masa finas para, volví al coche y seguí hacia su casa.
Estacioné a un par de cuadras, por las dudas, para no ser evidente, miré la hora, era demasiado temprano y tampoco quería pasar por desesperado, así que dejé correr los minutos hasta un momento lógico
Caminé del coche a su casa, golpee la puerta y esperé su presencia, Carmen no tardó en abrir y nuevamente me cautivó con la belleza de sus facciones, con ese peinado perfecto y esos ojos cristalinos y puros, una sonrisa cómplice se marcó en sus labios y me invitó a pasar.
Seguí sus pasos y por instinto mi mirada pesada cayó sobre su trasero, que se movía como un postre recién elaborado, de lado a lado en el menear de sus caderas.
Dejé el presente sobre la mesa, cambiamos algunas palabras, recuerdo que me ofreció compartir un te, o café para degustar lo que había traído, pero por impulso la tomé por la fuerza y sin decir palabra, la traje a mi lado y la besé con pasión, y ante un primer atisbo de incomodidad, ella terminó cediendo en forma descontrolada, acorralándome contra la pared posterior, acariciando mi nuca y ensortijando mis cabellos.
Nos tropezamos con algunas sillas, parecíamos tontos adolescentes y entre idas y venidas la tome por las nalgas y la desparramé sobre la mesa de madera que crujió bajo su peso, ella esbozó una dulce protesta.
Ey! estás desatado! muy tigre!!!!
Pero yo seguí besando su cuello, mientras la iba desnudando poco a poco, sus pequeños senos quedaron expuestos a mis ojos y se los comí con pasión, lamía uno y otro, pasando la lengua por sus pezones hambrientos, mientras ella respiraba en forma pausada y contenida, sin dejar de acariciar mis cabellos. Me llené con sus curvas y bajé una de mis manos lentamente, pasando por su vientre, llegué a los elásticos de su ropa interior y en forma inconsciente ella pareció abrir sus piernas para facilitarme el camino, entonces cole los dedos por su pubis, pasando por su clítoris para enterrarlos en su cálida cuevita. Jugamos un rato, con mi mano en su sexo y mis labios paseando por sus pechos, hasta que me propuso pasar al dormitorio.
Nuestras ropas fueron cayendo por el camino, Carmen irradiaba luz, calor, pasión, en unos revolcones ella pasaba mi verga por sus pechos, por sus labios y solo se dio de quedar invertidos, mientras ella me chupaba la pija yo le comía la conchita.
Era muy rico, casi no recordaba lo bien que se sentía dar y recibir placer al mismo tiempo, le lamía sus labios, el clítoris, la conchita y el culito, ella tenía unas nalgas muy bonitas y unas piernas muy sensuales, me gustaba acariciárselas y decirle cuando me gustaban.
Al otro lado ella hacía su trabajo, me la había pelado por completo y me masturbaba suavemente desde la base, sentía su lengua y sus labios jugar con mi glande y me lo hacía muy rico, con su otra mano cada tanto me acariciaba las bolas en una forma muy sexi, y notaba en mi compañera de turno una especialista para mamar vergas.
Y sentí que si la dejaba seguir todo terminaría demasiado pronto, y a mi edad, no habría un segundo disparo.
Cambié de posición, solo me acomodé entre sus piernas dejando mi sexo fuera de su alcance, y empecé a comerle la conchita con mis labios, a llenarla de caricias, a tocarle los pechos, los pezones, a meter mis dedos en su sexo, en su culito y todo parecía estar permitido, ella gemía y se retorcía por mi trabajo, me gustaba, me excitaba, hacía tiempo que no pasaba por algo tan bueno.
Después de varios minutos, Carmen me pidió que me detuviera, me dijo que ya no siguiera, no había alcanzado un orgasmo ni lo alcanzaría, pero había estado rico y lo había disfrutado, fue un tanto frustrante para mi, pero entendí que la edad era implacable, incluso a mi me costaba mantener una buena erección, me pidió que la cogiera, quería sentirme dentro, lo deseaba.
Levanté entonces sus piernas y fui por todo, la sequedad de su vagina me obligó a ensalivar mi pene para hacer la penetración placentera, y cuando logré metérsela ella me regaló un suspiro exquisito, me moví muy rico, me encantó ver su rostro ladeado, con los ojos entrecerrados, con su boca sedienta y escuchar la música de sus gemidos contenidos en mis oídos, estaba toda abierta para mí y ella se refregaba con fuerzas el clítoris mientras yo la cogía.
En algún punto mi exceso de peso y mi falta de ejercicios me empezó a castigar y ya no pude seguir, estaba exhausto y avergonzado, pero ella me dejó saber que al igual que yo, podía comprender.
Entonces cambiamos, me recosté y ella vino sobre mi, a cabalgarme, éramos un oso y una gacela y Carmen me regaló unos movimientos de caderas espectaculares, manejando la penetración a su antojo, con sus brazos tensos apoyados en mi amplio y velludo pecho, me decía que la tenía muy rica, que le gustaba, que le encantaba.
Notaba en ella, cada tanto esos espasmos que le salen a una mujer de lo profundo, de sus entrañas, esos orgasmos tan femeninos, tan indescriptibles, tan hermosos y me hacía bien, me hacía feliz.
Nos dedicamos a rodar, a jugar, a cambiar de posiciones, de cambiar roles activos y pasivos, para atacar y descansar, para comprender nuestros tiempos.
Le pedí que me dijera donde quería recibir mis jugos, ‘en mis tetas’ dijo sin dudarlo y llegado el momento mis esperma se dibujó en sus ricos pechos, blanqueando sus pezones, jugando con mi glande duro y caliente por todas sus ricas tetitas, mientras ella miraba excitada y se animaba a estirar su lengua para probar mi sabor.
Había terminado, nos reíamos cómplices y con paciencia nos limpiamos y nos cambiamos, luego fuimos al comedor y reanudamos esa merienda que había quedado en pausa.
Fue raro, porque no hablamos de lo que habíamos hecho, nos fuimos a temas de la vida, de su hijo, de mi hija y cuando caía el sol nos dijimos un hasta pronto.
Al llegar a casa, Esther estaba sentada en el sillón del comedor, desparramada, concentrada en la televisión, viendo una de esas tontas novelas de moda, solo recibí un reto de su parte porque estaba haciendo demasiado ruido y no la dejaba escuchar. La miré con desprecio y enojo, pero en silencio, eso es lo que me tocaba de su parte, a veces el sentirse ignorado es el peor de lo castigos.
Fui al cuarto, de paso por el baño, la luz encendida y el ruido del agua de la ducha me dejó saber que estaba Sofia en casa y por primera vez, y aunque suene mezquino de mi parte, me alegré de que rompiera con Matías, sin quererlo ahora era amante de su suegra y solo asumí que así estaban mejor las cosas.
Seguimos adelante, mi relación con mi mujer no cambiaría en absoluto, ni siquiera me molestaba en la conciencia serle infiel y Carmen se transformó en mi amante secreta.
Hicimos locuras, parecíamos adolescentes y realmente ella me hacía bien, todo iba bien.
Hace un par de meses el diablo metió la cola, fue grande mi sorpresa cuando me enteré que Matías y Sofía se habían reconciliado, con la misma facilidad que se habían distanciado, sin imaginarlo todo parecía haber retrocedido en el tiempo, y se había reanimado esa relación que tanto Carmen como yo habíamos asumido como rota.
De golpe tuvimos que pausar nuestros amoríos, poner paños fríos en la relación, porque de repente volvíamos a ser familia y yo me estaba cogiendo a mi consuegra.
Estoy nervioso, tengo las manos sudadas y siento mi boca seca, pastosa, me noto torpe y tontamente balbuceante, hasta Esther lo ha notado y ya me lo hizo saber. En un par de horas tendremos cena de familia, de reconciliación, fue una tonta idea de mi hija y de mi yerno invitarnos a cenar a un prestigioso bodegón de la ciudad, no puedo creer que estaré compartiendo mesa con ellos, con mi esposa y con mi consuegra, que casualmente fue mi amante.
Cierro los ojos, imagino el cuadro, cruzo los dedos, todo saldrá bien, seguro saldrá bien
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