Absurdamente, muchos hombres hacen una relación directa entre lo que tienen entre las piernas y el amor incondicional de una mujer. Para algunos, tener una verga enorme es sinónimo de seguridad, piensan cosas como ‘con esta verga me las cojo a todas, y todas mueren por mi’, y ese, justamente era el pensamiento de mi ex esposo.
Ulises era un buen hombre, es cierto, trabajador, compañero, protector, algunas de las cualidades por las cuales me había enamorado de él, poniendo siempre lo bueno en relieve, tratando de ocultar o ignorar sus puntos flacos.
Tenía una pija enorme, más allá de la media, gorda y cabezona, él lo sabía, yo lo sabía, y nuestro entorno de amistades lo sabía.
El fanfarroneaba mucho con eso, al punto de hacerme quedar en ridículo muchas veces con sus comentarios que intentaban ser graciosos, pero para mí resultaban más que molestos. No era lindo que contara veladamente intimidades de lo bien que lo hacía, o como lo hacía, muchas veces se lo recriminaba luego en soledad, el pedía disculpas y juraba no volver a hacerlo, pero siempre se olvidaba sus promesas y volvía a los mismos problemas recurrentes.
Y si hablaba lo que hablaba delante de la familia y ante mi presencia, no quería imaginar sus charlas machistas entre amigos y compañeros de trabajo cuando yo no estaba presente.
Y honestamente, en la cama no la pasaba bien, el oral era difícil, no me entraba en la boca, o lo rasgaba con los dientes, o simplemente mis mandíbulas terminaban acalambradas, el sexo tradicional era complicado si no estaba bien lubricada, y en muchas posiciones, era insoportablemente doloroso, y Ulises era tan primitivo que no podía distinguir gritos de dolor de gritos de placer, y para terminar el sexo anal era una utopía, fuente de constantes frustraciones y discusiones, él pensaba que yo no quería, pero yo si quería, solo que no podía…
Nunca lo supo, pero mis mejores orgasmos estaban en soledad, jugando con mis dedos, con mis manos, idealizando a un Ulises que nunca sería real.
Recién pasados mis treinta años, mis prioridades en la vida eran Thiago, mi pequeño niño de cinco años, mi amor, mi vida, ese hijo que tanto había deseado tener, luego venía mi carrera profesional, ya era jefa de cuentas y créditos en un prestigioso banco internacional, con ambiciones de llegar a una gerencia, seguía en orden mi amor por Ulises, porque a pesar de todo, lo amaba con todo mi corazón, con defectos y virtudes, y en último plano, lejos en mis pensamientos, adormecido y postergado, mi deseo sexual. Casi sin darme cuenta me había cerrado al sexo, siempre con alguna excusa por delante, sin notar que estaba anulando algo primordial en la existencia de todo ser humano
Ulises en cambio tenía otras prioridades, sexo, sexo y sexo, siempre dispuesto, siempre deseoso, incansable, y no solo conmigo, con sus amigos, con su notebook y los sitios que visitaba, se pasaba demasiado tiempo chateando con desconocidos y desconocidas, y era fácil suponer amoríos por fuera de la pareja a los que obviamente yo hacía la vista gorda.
Y en esos días estábamos discutiendo demasiado, más de lo normal para una pareja, no solo eran nuestras desavenencias sexuales, porque él cada vez quería más, y yo cada vez quería menos, sino también por su trabajo, es que solo se preocupaba por hacer lo justo y necesario, y también por su apariencia, solía lucir desprolijo, desalineado, y eso no me agradaba y seguramente lo peor, Thiago, porque se hizo evidente que él tuvo un hijo solo para satisfacer mi instinto maternal, pero él no encajaba en su rol de padre, y el pequeño se desvivía por su papá, y yo no podía tolerar la situación que veía a diario.
Lionel sería el hombre que pondría mi mundo de cabezas, y casualmente fue mi propio marido quien lo trajo a mi lado.
Yo tenía un muy lindo físico, era cierto, y el embarazo me había sentado muy bien, había quedado más caderona y con una cola generos, más de lo que por sí ya era. Me veía atractiva, y más con mi uniforme de trabajo donde era imprescindible una pollera a media pierna ajustada y una chaqueta en color negro, más alguna camisa en blanco.
Y mi esposo, como fanfarroneaba con su miembro, fanfarroneaba con su mujer, y solía tomarme algunas fotos íntimas para compartirlas en las redes, tenía un ego tan grande que jamás imaginó que otro hombre pudiera cruzarse en mi camino, si es que nadie tenía una pija como la suya.
Eran fotos muy cuidadas, donde obviamente no aparecía mi rostro, generalmente de mi cola, de mis pechos, o de mi vagina.
Lionel fue uno de tantos de los que le escribió, y Ulises me hizo parte de sus comentarios, del juego, aunque a mí no me interesara saber nada de lo que hacía él con sus fantasías sexuales.
Solo sabía que mi marido le pasaba algunas fotos a pedido, dedicadas y me hacía ser su modelo porno personal, pero como dije, yo solo lo complacía, pero sin ningún interés.
Ulises fue más lejos, sin siquiera consultarme armó un grupo de WhatsApp entre los tres, compartiendo nuestros números personales, y con eso, Lionel conoció mi rostro por la foto de perfil, de la misma manera que yo conocí el suyo, y ya nada fue tan anónimo. Me enojé mucho con mi marido, discutimos acaloradamente, se suponía que debía consultarme para hacer algo así, pero obviamente él sabía que de haberme consultado yo me hubiera negado.
Pero si es que mi rostro y mi intimidad siempre iban por separado! – solía decirme – pero es que me molestaba mucho que ese muchacho ahora tuviera todas las piezas del rompecabezas.
Y empezaron a circular escritos calientes en ese grupo perverso, insinuaciones, más fotos, pedidos, y si bien en principio yo ignoraba todo, sin darme cuenta fui cayendo en el juego, y conocí a Lionel por palabras, y por fotos, y empecé a perderme en su mundo. Lionel tenía unos años más que yo, era muy buen mozo, un rostro muy atractivo, supe que era visitador médico por lo que siempre lucía impecable y eso me atraía demasiado de un hombre, tenía unos ojos verdes que encandilaban como dos faros.
Y no solo eso, porque también pasaba fotos de su verga, era pequeña, por lo que Ulises siempre le gastaba bromas, pero jamás imaginó que poco a poco mi interés por esa persona iría creciendo, primero mirando los escritos de reojo, después con más atención, luego excitada, y terminé siendo parte.
Decidí escribirle por privado, desde mi otro celular, el laboral, donde mi esposo no tenía acceso y donde podría expresarme con total libertad.
Y empezamos a conocernos, lo suficiente como para que naciera un mutuo interés, supe que era casado, que tenía una beba de dos años, y no muchas cosas más, ambos decidimos llevar las cosas hasta ahí, un juego sin compromisos, solo eso, me pedía fotos y yo hacía lo mismo, descubrí que Lionel era un experto jugador con el erotismo y me gustaba jugar su juego, a veces, en medio de una reunión laboral llegaban sus mensajes, para que solo fuera al baño a tomarme para él una foto de mi concha, a veces me adulaba en chats eternos, a veces me pedía fotos de la lencería de ocasión, a veces me hacía escribirle un encuentro ficticio entre ambos, a veces lograba que me encerrara en mi oficina solo para masturbarme, a veces lograba que le regalara los audios de los gemidos de mis orgasmos.
El me mandaba fotos de su verga rasurada, a veces en reposo, a veces erecta, y le pedí que se masturbara sobre mis fotos, quería ver eso, como saltaba su semen por mi culpa y solo vivía mojada todo el día.
Por su lado, lejos de todo, Ulises seguía jugando en un juego que nosotros estábamos cada vez más desconectados.
Esa noche, mi esposo me dijo que me depilaría por completo, es que Lionel se lo había pedido expresamente, unas fotos de mi concha totalmente rasurada, y solo sentí que mientras mi marido lo hacía, yo me mojaba toda pensando en él, en ese hombre que me estaba enloqueciendo. Lo curioso de la situación, fue que mi marido notó la excitación que tenía, me cogió toda, y yo llegué a un enorme orgasmo, pero nunca supo en quien yo estaba pensando en ese momento.
Fue cómico, cuando terminamos, él se recostó a mi lado y tiró muy seguro al verme tan caliente.
Como te gusta mi verga amor! te tiene loca cierto?
Si… si… – respondí a sus palabras con los ojos de Lionel perdidos en mis pensamientos – me encanta tu verga amor…
Al día siguiente le dije a Lionel que quería encontrarlo personalmente, quería hacerle el amor, me moría en deseos por su pija, y arreglamos un encuentro, yo no tenía horarios fijos en el banco y no tuve problemas en hacerlo.
Fuimos directamente a un hotel, él era más lindo en persona, además tenía un perfume dulzón que no podía sentir por medio de un celular.
Charlamos poco, nos miramos demasiado, y cuando estuvimos entre cuatro paredes a solas me dijo.
Bien… por donde empezamos, que te gustaría hacer?
Quiero chuparte la verga… – respondí – tenía esa idea muy marcada desde el primer momento
Él se recostó contra la pared, y yo me arrodillé a sus pies, con un tanto de desesperación solté el cinto de su pantalón buscando su pija mientras él se aflojaba el nudo de la corbata y soltaba el primer botón de su camisa.
Su sexo no llegaba a quince centímetros, me encantó, me lo metí casi por completo en mi boca y se lo chupé con muchas ganas, muy rico, con esa energía de la primera vez, donde se suelta tanto deseo contenido, me encantó hacerlo y el me dejaba hacerlo, me acariciaba los cabellos y me dejaba hacer.
Su sexo estaba duro como piedra y solo se sentía en el cuarto nuestro respirar candente, noté que él estaba llegando, y de pronto percibí una mínima eyaculación en mi lengua, y luego como que su orgasmo pareció cortarse, pero lo suficiente para percibir su sabor a semen, se la seguí chupando, apenas un minuto antes que acabara todo en mi boca, pero fue un minuto mágico, chupársela con sabor a su leche fue algo exquisito, al punto que me sentía toda mojada en deseo.
Tragué todo lo que tenía para darme, disfrutando cada gota de su néctar, hasta que no quedó nada por hacer.
Me incorporé y le di un beso profundo con sabor a él, muy rico, muy caliente, mientras nuestras manos inquietas trataban de quitar las prendas que se interponían entre nuestros cuerpos.
Lionel me llevó sobre la cama, de mis labios pasó a mi cuello, luego a mis pechos que aún estaban cubiertos por el sostén, me los acariciaba, me los lamía, con sumo cuidado de esquivar mis pezones, me hacía morir en deseos, y como un perfecto ajedrecista me iba arrinconando para darme el jaque mate.
Llevé las manos hacia atrás para soltar mi sostén, pero el ya no estaba, había bajeado a mi vientre y luego se perdió entre mis piernas, me besaba el frente de la tanga empapada en flujos y solo hacía que me retorciera en deseos, porque como lo había hecho con los pezones, ahora evitaba rozarme el clítoris.
No lo vi venir, no tuve tiempo, pero me llevó a uno de los orgasmos más increíbles que hubiera tenido en mi vida, me retorcí y solo le pedí que me hiciera el amor.
Lionel se colocó un preservativo, y me llevó nuevamente contra una de las paredes del cuarto, me puso de espaldas, con mi frente hacia el muro, me hizo sacar cola, me levantó una pierna y me la metió muy profundo, justo a mi medida, lo que necesitaba.
Me cogió muy rico, y mientras mi conchita me regalaba orgasmos interminables, yo misma me acariciaba el clítoris, recibiendo su mano libre en mis pechos, era todo un torbellino de locura.
Fue tan loco como raro, es que casi no usamos la cama, me llevó a uno de los sillones del cuarto, por una silla, y finalmente nuevamente contra la pared, esta vez frente a frente, rasgando mis pezones contra su pecho, entre prendas que aún no terminaban de dejar su lugar, me había levantado la pierna izquierda y yo hacía equilibrio apoyaba en la derecha, rodeando sus hombros con mis brazos, sintiendo su aliento en mi boca, regalándole gemidos en sus oídos, aun con la tanga puesta, solo corrida a un lado, no dejaba de cogerme con fuerza.
Lo sentí llegar, y solo el preservativo impidió cumplir un deseo profundo que tenía, que me bañara mi interior con su semen caliente.
Cuando terminamos aun estábamos casi vestidos, con prendas por un lado y por otro, nos reímos, fue perfecto, nos miramos cómplices, y mientras acomodábamos las ropas nuevamente cada una en su lugar, me saqué la tanga que ya tenía un hediondo aroma a mi intimidad y se la obsequié. Lionel, se la llevó a su nariz y aspiró profundamente cerrando sus ojos, en un gesto que me pareció repugnante y dulce al mismo tiempo, arrancándome una sonrisa que solo una mujer puede comprender en un momento así.
Ulises no sería problema, no sentí remordimientos en el engaño y pude mirarlo a los ojos sin el menor complejo, el seguía jugando inocentemente en el grupo de WhatsApp sin saber que nosotros ya lo habíamos pasado muy bien a sus espaldas.
Lionel y yo empezamos a encontrarnos a escondidas, lejos de los ojos de su mujer y de los de mi marido, no hablábamos mucho, no queríamos comprometernos, estaba claro que lo nuestro era solo sexo, solo placer, pero las cosas suelen complicarse.
Sin quererlo me di cuenta que me estaba enamorando de ese hombre, que cuando hacía el amor con mi esposo pensaba en él, y que apretaba fuerte mis labios para no gritar su nombre, y poco a poco me mostré más y más retraída hacia Ulises, envuelta en un matrimonio que estaba por chocar contra una pared.
Y Lionel estaba en el mismo camino, aunque su relación de pareja parecía ser perfecta, y él hablaba muy bien de su esposa, también hablaba de un ‘nosotros’, de un futuro juntos, de supuestos Romeos y Julietas.
Habían pasado ya tres años de nuestra relación clandestina, un día como cualquiera, una mañana como cualquiera, una jornada laboral como cualquiera, estaba en el banco, cerca de la atención al público, fue cuando lo vi entrar, de la mano de su mujer, llevando en brazos a su niña de cinco años, fue inevitable que nuestras miradas se cruzaran con un enorme y mutuo dejo de sorpresa, tragué saliva, me puse nerviosa, incómoda, estaba ante la mujer que hacía cornuda, me desentendí de la situación, solo me distancié lo suficiente como para no intervenir, pero quedé lo suficientemente cerca como para ver cada detalle.
Su mujer era muy bonita, demasiado, se la veía feliz, esas mujeres enamoradas que viven en un mundo perfecto, y por la forma en que lo miraba y le hablaba, pude notar que estaba perdida por Lionel, y su niña, estaba con papá, con su príncipe, lo abrazaba, le daba besos, le hablaba, y era un retrato de la familia perfecta, él cada tanto, disimuladamente me buscaba entre la gente y yo… yo sentí la amargura de descubrir que estaba quebrando una familia, su situación distaba de ser la mía, mi matrimonio estaba marchito, el de ellos, floreciendo…
Y ahí mismo decidí que lo nuestro se terminaba, no podía, solo no podía ser la malvada de la historia.
Luego de ese casual encuentro, Lionel me llenó el celular laboral de mensajes de texto, de WhatsApp y de llamadas perdidas, pero yo solo me encerré en el silencio y la negación.
Al día siguiente, él se presentaría nuevamente en el banco, ahora solo, había descubierto mi guarida secreta, y supe que debería cerrar el tema. Lo hice pasar a mi despacho y le pedí a mi secretario que no me interrumpiera por ningún motivo, cerré los cortinados y tuve la intimidad que necesitaba tener simulando un tema laboral.
Le dije todo lo que pensaba, todo lo que sentía, todo lo que había visto el día anterior, que era el fin.
Pero él tenía otros planes, se negaba a dejarme, a terminarlo, y solo tuvimos una discusión en bajo tono de nuestros diferentes puntos de vista, sin poder acordar.
Lionel vino a mi encuentro, me besó a pesar de mi medida resistencia, es que me encontraba en ese punto medio entre el ‘no’ y entre el ‘si’, porque mi cabeza no quería y le ordenaba a mi cuerpo que lo rechazara, pero mi corazón y mi sexo hervía en deseo y lo atraía como un imán.
Se sentó sobre mi escritorio, lucía tan varonil, con su camisa blanca, con su corbata, con su pantalón de vestir y sus zapatos relucientes, como evadir un amor?
Me llevó a su lado, me levantó la pollera a la cintura y aferró sus manos a mis glúteos, le dije que se detuviera, por el lugar, mi trabajo, y además estaba indispuesta, me sentía sucia y no podía hacer nada.
Pero Lionel tenía sus propios planes, trató de ir más lejos y volví a distanciarme de él, volví a advertirle, le dije que llamaría a seguridad si era necesario, pero el volvió a desafiarme, me dijo que llamara a quien quisiera si es que estaba segura que no lo amaba, pero él jamás se detendría.
Ya solo no pude, me giró y recostó mi pecho contra el escritorio, dejando mi gran culo apuntando a su lado, apenas corrió mi ropa interior, y lo sentí avanzar por detrás, era tan loco, tan increíble, se suponía que yo era la imagen y el ejemplo del lugar, la jefa, la empleada modelo, y ahí estaba, encerrada en su despacho, con una penetración anal preciosa que me llevaba a la locura, con su amante.
Tomé una agenda que tenía sobre el escritorio para ponerla entre mis dientes y morderla con fuerzas para descargar mi placer y evitar que mis gemidos inundaran el lugar.
Lo sentí venir, aferrando mis nalgas con fuerzas llenó mi ser con su rico semen, y no puede evitar que una lágrima rodara por mi rostro, lo amaba demasiado, lo amaba tanto que tuve que tener la fuerza suficiente para dejarlo partir…
Los mensajes de Lionel siguieron llegando a mi celular, una y miles de veces, me mandaba fotos de la tanga que le había regalado esa primera vez, había pasado tan poco y tanto tiempo a la misma vez…
Pero no tenían respuesta de mi lado, y sería inevitable que poco a poco se cansara de insistir, miles de veces morí en deseos de contestarle, y miles de veces me contuve, pero debí dejar que esa flor se marchitara.
Su último escrito me contaba que sería padre por segunda vez, otra niña, y me alegré por él, por su esposa, por su familia, de mi parte, cerraba mi historia con Ulises, el hombre de la verga enorme y un ego más grande que su propio sexo, el hombre que jamás imaginó que una mujer pudiera dejarlo.
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Imagen únicamente de carácter ilustrativo para este relato erótico…
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